La mayoría de las universidades operan escuelas de periodismo, incluso con grados de especialización y ofertas de maestrías en combinación con academias de Europa y Estados Unidos, pero para ejercer la profesión ya no se requiere de título, entrenamiento o por lo menos hablar y escribir de corrido.
En épocas pretéritas, cuando los instrumentos de trabajo eran la maquinilla mecánica, teléfono, grabadora, vetustas cámaras de foto y video, ese quehacer se ejercía por vocación, con pasión y honor sin importar riesgos que para propia vida entrañaba cumplir el cometido de informar y orientar con apego a la verdad.
Cuando los informativos radiales lideraban la prensa, a mí me tocó laborar en Noti Tiempo, de Radio Comercial, donde al igual que mis colegas de Radio Mil Informando, Radio Popular y otros noticiarios, debíamos redactar una información tan rápido como la leía forma inmaculada el locutor de noticias.
El contacto de un periodista con el exterior se producía a través de un tosco aparato receptor de las noticias que enviaban agencias internacionales de con sedes en Estados Unidos, Alemania, España, Cuba y China, cuyos textos debían ser “paliteados”, lo que consistía en acentuar las palabras o dividir los párrafos.
Todos los días, los periodistas acudíamos a las principales fuentes noticiosas, encabezada por el Palacio Nacional e integradas también por Palacio de Justicia, Congreso, Policía, Ayuntamiento, secretaria de Trabajo, sindicatos y partidos políticos, entre otras.
Después de recolectar las incidencias noticiosas del día, el reportero se transformaba en redactor de una información que respetaba la regla del buen periodismo consistente en garantizar “el que, cómo, cuándo y dónde” y si fuera posible, consignar también el “por qué”.
En prensa escrita, radio, televisión y publicaciones especializadas, el periodista convivía armoniosamente con especialistas en diferentes áreas, como la economía, medio ambiente, sociología, psicología, política, sin necesidad de que esos académicos se disfrazaran de “comunicadores”.
Con el advenimiento de la Internet y de las diferentes plataformas digitales, el buen hablar o escribir con apego a las reglas del idioma, han quedado atrás para dar paso a la chabacanería, afrenta, infamia, fax news, post verdad, en un escenario de mediocridad protagonizado por gente que se definen como “comunicadores” o “influencers” y no pocos se mercadean como “periodistas”.
Los más notables maestros del periodismo han sido profesionales empíricos o que emigraron de otras profesiones al descubrir que su auténtica vocación y pasión siempre fue ese quehacer, al que enriquecieron con su talento, conducta ética y fervor profesional.
Por Orión Mejía