El catéter conectado en la anatomía económica, social y política de la nación posee un grosor tan distendido como la mayoría que tendrán Gobierno y partido oficialista en el Congreso, canaleta por la que cabe sin mayores riesgos cualquier modificación constitucional, fiscal, laboral, eléctrica o de la seguridad social.
Persiste el riesgo de que esos efluvios, a causas de sus componentes tóxicos o mal suministrados, provoquen convulsión en un paciente que, aunque con sus signos vitales en orden, padece de afecciones severas por el lado del déficit fiscal, endeudamiento y redistribución social.
El presidente Luis Abinader parece muy consciente del peligro que entraña para la estabilidad macroeconómica y de la gobernanza, algún desliz en el suministro de los medicamentos que requiere el paciente, más aun cuando los diagnósticos levantados por especialistas lucen sesgados a intereses específicos particulares.
Se ha dicho que una previsible reforma tributaria procuraría ingresos equivalentes a 1.5 % o 2.0 % del PIB, equivalente a US$3,000 millones o 180,000 mil millones de pesos, aproximadamente, en combinación con una reducción del gasto público dispendioso.
Los impuestos sobre la Renta (ISR) y de la Transferencia de Bienes Industrializados y de Servicios (Itebis) serán los órganos con mayor abordaje en la cirugía reformadora, pero falta saber si el bisturí iría principalmente del lado de los grandes contribuyentes, de la clase media o cortaría por la arteria de la canasta básica.
Como en toda intervención quirúrgica se requiere que en lo inmediato los cirujanos extirpen graves focos infecciosos, como la evasión y elusión fiscal, así como el añejo y profuso sangrado de exenciones y exoneraciones fiscales, incluido arancel y el ISR.
La anatomía económica no resistiría por mucho tiempo la grave hemorragia que ocasiona el déficit del sector eléctrico, estimado en US$1,500 millones, equivalente a casi la mitad del déficit fiscal (1.5 %) y al monto que podría recaudar la eventual reforma tributaria.
Hace tiempo que el paciente ha sido llevado al quirófano, pero cirujanos ni dolientes han podido unificar criterios en torno al tipo de cirugía que debe realizarse, ni tampoco han hecho conciencia sobre los elevados riesgos de convulsiones o de daños colaterales que sufriría en el corto plazo.
En los pasillos del hospital, todos opinan sobre los caminos que debe transitar el bisturí, pero aun el jefe de los cirujanos no ha presentado el tipo de cirugía que se haría, aunque se sabe que la operación tocará órganos vitales y que por el catéter conectado se introducirán medicamentos experimentales, cuyos efectos aún se ignoran.
Por Orión Mejía