Llamó poderosamente mi atención, enterarme de que a mi querida hija no le gusta para nada socializar en las salas de espera de los consultorios médicos, pues, quizás por mi temperamento, en muchas ocasiones, me he visto, sin proponérmelo, involucrada en largas y fructíferas conversaciones en esos lugares.
He entablado diálogos muy amenos con personas desconocidas que, por la forma en que se desarrollan, es como si nos conociéramos de toda la vida. Realmente, esto confirma que todos los seres humanos somos diferentes.
Por ejemplo, mientras esperaba a ser atendida por mi neuróloga, llegó una señora, en compañía de una joven, que imagino era su hermana, y un adolescente, con una evidente discapacidad intelectual, el cual era tratado con mucho amor.
Luego, llegó una dama muy elegante, era bastante conversadora y se notaba que tenía muchos conocimientos. Se sentó justo al lado del joven.
Pasados unos minutos, él pidió a la madre que lo llevara al baño, quien gustosa le acompañó. En ese momento, la dama, habló del poder infinito de Dios. Señaló que su primer nieto tenía una discapacidad y que ella, era maestra en el colegio Montessori.
Cuando el chico regresó, se sentó al lado de la Señora, pero, pasados unos minutos sintió mucho frio, en ese momento intervine, y lo invité a sentarse en una silla, donde casi no llegaba el aire.
A esa distancia, él empezó a mirar fijamente a la dama, y le dijo, haciendo mucho esfuerzo para hablar, que ella le caía muy bien, ella le respondió con todo el amor del mundo. El volvió a sentarse al lado de ella, y entre ambos surgió un diálogo, como si se conocieran de toda la vida. Hablaron del curso en que él está, y de las asignaturas que le gustan.
A punto de “rajarme” a dar gritos, pues aún no me explico esa sorpresiva empatía entre ambos, sin conocerse, él teniendo esa discapacidad, y ella siendo una maestra de uno de esos centros, cuyo objetivo principal de la metodología es alcanzar el máximo potencial de los alumnos.
Gracias a Dios, que me llamaron para entrar a consulta, de no haber sido así, todos los presentes hubieran sido testigos de mis lágrimas a raudales. Tremenda emoción la que viví.
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)