“Dame un niño y le daré cualquier forma” es un pensamiento desarrollado por Watson y, posteriormente, Skinner, que aún vive en la filosofía educativa de muchos maestros.
La escuela, todavía en la actualidad, puede ser un lugar de educación severa donde se le exige a los niños comportarse de manera similar, memorizar el contenido, aprender al mismo ritmo y, en general, actuar como robots que deben satisfacer las demandas de sus profesores.
Para garantizar el cumplimiento de lo anterior se otorgaban recompensas y se aplicaban castigos que podían ser físicos. En medio de estas ideologías cuadradas y represivas se han destacado personas que se han preocupado por cambiar los procesos de aprendizaje, atendiendo a lo no funcional del método tradicional y, como consecuencia, a la exclusión de muchos pequeños del sistema educativo. Uno de estos pensadores fue María Montessori, una psiquiatra y educadora que vio luz y potencial donde la sociedad consideraba que solo había malcriadez e idiotez.
Esta doctora desarrolló un método que fue desconcertante para su época y que aún hoy en día puede causar duda a muchos padres y docentes. Su ideología se enfoca en que la autonomía y significatividad del aprendizaje son producto del juego, la afectividad y la autoconfianza. Este método favorece la libertad del niño, su interacción con el entorno, el acercamiento a la realidad práctica, la autodisciplina, el orden y la participación activa de los estudiantes.
María Montessori fue una mujer que atravesó muchas dificultades en su juventud pues la misma sociedad le imponía muchos obstáculos para lograr sus objetivos, no obstante, quizás fueron estos mismos los que motivaron su filosofía pedagógica.
Una persona a la que constantemente le dijeron que no podía estudiar la carrera de su preferencia, condicionada por su sexo; que, más adelante, era considerada una soñadora por sus ideales y no tomada en serio; que fue reprimida al silencio y exiliada; en fin, una persona que siempre tuvo que probar a los demás que sí podía y que era capaz.
Su seguridad y empuje fue fruto del amor de sus padres y del orgullo por ella que siempre le transmitían, aun si no estaban de acuerdo con sus propuestas. Sería coherente entonces que, al estar frente a niños catalogados de “anormales” y sin inteligencia, sintiera la necesidad de ayudarlos a descubrir la infinidad de posibilidades que vive en sus mentes.
De esta forma demostró que la normalidad es un concepto subjetivo. No hay niños buenos y malos, anormales y normales. La diferencia debería ser lo típico en las aulas de clase. Por tanto, no se trata de las facultades cognitivas sino de la manera en que estas son estimuladas para lograr conexiones neuronales.
Uno de los fundamentos de María Montessori son los periodos sensibles de los niños, en los que explica que están más propensos a adquirir ciertas habilidades. Si bien esta propuesta es debatida ya que el cerebro nunca pierde la plasticidad y se puede aprender cualquier contenido en diversas etapas del desarrollo, considero que las edades tempranas de los niños son frecuentemente subestimadas.
Montessori detectó la efectividad con la que los infantes podían aprender de las actividades que realizaban y de lo que veían a su alrededor. Muchas personas creen que los juegos y acciones que hacen los bebés no son importantes, ignorando que, a través de estas, se sientan las bases de su desarrollo emocional, motriz, cognitivo y psicomotor.
Este último favorece la concientización sobre el propio cuerpo, el énfasis en la exploración de su espacio, la liberación del estrés, la expresión libre y sana de sus sentimientos, la percepción del mundo material que le rodea, la capacidad de resolución de problemas, la libertad y el juego sensorial.
La doctora y educadora, partiendo de la importancia de la recreación infantil, recurrió con efectividad a los juegos sensoriales para promover el aprendizaje de muchos contenidos, entre ellos, la alfabetización.
Para Piaget, el juego forma parte de la inteligencia del niño (Blanco, 2012) porque muestra su representación de la realidad, su manera de verla, enfrentarla y modificarla. A través de la actividad lúdica, la información (que entra a través de los sentidos) adquiere importancia para el estudiante porque viene de una experiencia divertida y nueva que activa el cerebro. Creer que el aprendizaje se da en una mesa mirando a la pizarra, en un clima de seriedad y rígida disciplina es un grave error.
El primer paso para despertar la atención e interés a la educación es la diversión. Incluso, esta es la primera escuela del niño al venir a este mundo, quien explora y se emociona ante las nuevas circunstancias y objetos que encuentra.
Por esta razón, es fundamental que, al hablar de juego, libertad y autonomía de los niños sea preciso destacar condiciones del lugar en que se dan estos aspectos.
¿Por qué encerrar el aprendizaje en un aula? Hay tanto que aprender del mundo exterior. Montessori siempre procuraba que su casa de niños incluyera actividades que fueran útiles para su realidad próxima, y no todos estos conocimientos se pueden adquirir en un curso. A pesar de ello, no se busca prescindir completamente del aula, sino que sea uno de los muchos espacios en que se produce aprendizaje.
Más allá de tener un perfecto ambiente de aprendizaje, los recursos adecuados y niños entusiasmados, es de mucha relevancia un personal docente calificado. Nada material será provechoso si el maestro no sabe usarlo o no reconoce los beneficios de este.
En una ocasión, había varios maestros reunidos en la sala común del colegio y discutían los beneficios de trabajar en un preescolar Montessori. A simple vista, parecía respirarse un ambiente crítico donde se debatía este método educativo.
Sin embargo, la tesis se fundamentaba en testimonios de amigos cercanos que únicamente impartían 10 minutos de instrucción, dejando el resto del tiempo libre para actividades ociosas, como el uso del celular. Es causa de impotencia la dejadez y/o irresponsabilidad de muchos maestros justificada en este método educativo.
Es a la luz de historias como esta y muchas otras que los docentes debemos preocuparnos por nuestra formación y por el avance de los niños. Nuestra satisfacción no debe ser la remuneración económica ni extensas horas libres, sino el aprendizaje de los estudiantes.
Ser guía en el proceso de enseñanza no es fácil, implica la observación constante, la intervención (en caso de ser necesaria), la creación de estrategias que permitan el trabajo independiente, proveer materiales oportunos y ser canal para que los niños desarrollen el sentido de responsabilidad sin acudir a premios o castigos (Fundación Argentina María Montessori, s.f.). Esto último es quizás lo más tedioso para un educador, pues requiere de mucha paciencia, amor y entrega.
Desde otra perspectiva, debo hacer referencia al tema del orden, tanto conductual como físico. Generalmente, cuando se plantea un aula con niños agrupados en diferentes partes del curso (acostados, sentados en el piso, en una silla, debajo de una mesa) y ejecutando diferentes tareas, se considera un curso fuera de control y desorganizado.
Sin embargo, la diversidad y el movimiento son clave para lograr la atención y construcción de conocimientos. Estos conceptos no deben ser directamente relacionados al ruido y el desorden. Es más, son propiciadores del silencio porque motivan al educando a comprometerse con su trabajo, en el que se concentra.
A veces no salimos de patrones tradicionales por miedo a perder la autoridad como maestro, sin pensar en los beneficios del cambio. La metodología Montessori no busca únicamente la alegría del niño, también la del maestro, que debe ser su amigo, no sólo en el aprendizaje, también en el juego.
Por otro lado, el orden físico es proveedor de oportunidades para los niños, que encuentran todo a su alcance y van estructurando sus pensamientos al mismo tiempo que ayudan a la disposición de los objetos del curso. En consecuencia, María Montessori no sólo se enfocó en favorecer un ambiente organizado de aprendizaje, sino también el orden conductual del grupo (sin recurrir a procesos represivos o humillantes) y la organización de las ideas.
Sin lugar a dudas, hay mucho que sacar de las ideas de esta gran maestra. Pero, más allá de su pedagogía, hay que imitar su confianza en las capacidades de los niños, su paciencia y la independencia que daba a los mismos.
Cuando dejemos de poner tantas restricciones en el proceso educativo los frutos serán más visibles y duraderos. Aunque lo anterior se complica en cuanto hay que satisfacer un currículo y cumplir unas normas institucionales, siempre hay lugar para el cambio (por pequeño que sea) en nuestras aulas.
Los logros de Montessori se vieron porque no lo hacía para destacar ella, sino que genuinamente se preocupaba por el futuro de los niños. Si nosotros también olvidamos los reconocimientos y competitividad y nos enfocamos en ser la mejor versión de maestros, entonces podremos ver en nuestros cursos estudiantes seguros de sí mismos, que se arriesgan, que intentan, íntegros y preparados para asumir el mundo en que viven.
Siempre debemos recordar las palabras de tan importante pedagoga: “Nunca ayudes a un niño con una tarea en la que siente que puede tener éxito”. El reto lo asumimos juntos, pero la responsabilidad del aprendizaje es de él. No apaguemos su luz. Nosotros simplemente los ayudamos a descubrir y potenciar lo que ya tienen dentro.
Por Dilia Gabriela Domínguez Melenciano