Mucho se habla de sobre una deseable imparcialidad de la prensa y de los periodistas, un valor difuso que a veces se confunde con la ética o el compromiso del medio y del comunicador de acercarse lo más que se pueda a la objetividad o a una primera versión de la verdad relativa.
Debe subrayarse la diferencia entre periodista y opinador o comentarista, comenzando por decir que el primero puede hacer las veces del segundo, que es la de expresar libremente sus opiniones, pero este no puede o no debe, sin debida academia o entrenamiento, ejercer de reportero.
En ejercicio de sus prerrogativas constitucionales muchos profesionales de áreas diferentes o simples mortales vierten opiniones o se refieren a hechos noticiosos de manera frecuente a través de la televisión, radio o redes. Esas personas suelen llamarse comunicadores y algunos llegan a creerse periodistas.
Es posible que la ley que autorizaba el ejercicio de la profesión solo a egresados de universidades o de escuelas especializadas, violara la Carta Magna, como alegaron dueños de periódicos, pero hoy es menester volver a defender ese quehacer de los ataques de la afrenta y mediocridad.
Se da por sentado que para ejercer el oficio de periodista se requiere de academia o entrenamiento, que incluye estudios de asignaturas vinculadas con economía, historia, sociología, ciencias políticas, literatura, diplomacia y, claro, aprender a leer y escribir correctamente.
El periodista debe saber lo que en términos técnico y ético significa investigar, recabar información, evaluar su autenticidad, calidad de las fuentes y redactar un texto que incluya de manera armónica toda la historia que se desea publicar, partiendo del sentido de objetividad, importancia o trascendencia.
Directores de periódicos suelen advertir sobre lo pernicioso que es intentar pasar de contrabando ocultos propósitos políticos o económicos en textos noticiosos redactados sobre los clásicos qué, cómo, cuándo, dónde o porqué. Bonaparte Gautreaux y Radhamés Gómez Pepín solían invitar al sospechoso infractor moral a expresar sus ideas a través de un artículo con su firma.
Tan escandalosa es la promiscuidad a que ha sido sometido este oficio, que opinadores o transeúntes de las palabras, se abrogan derecho de darles clase a los periodistas sobre cómo ejercer la profesión, gente que no ha visto ni en revista una sala de redacción.
La democracia permite que todo el que desee haga las veces de opinador y hable y escriba hasta sobre la cuadratura del círculo si le parece, pero se ruega de todo corazón, que no usurpen el título de periodista, como nosotros no mercadeamos con los de agrónomo, médico, economista, abogado, sociólogo, novelista, arquitecto, decorador, sicario o proxeneta.
Por Orión Mejía