Pasaron muchos años ante de que la internet apresara entre sus redes al liderazgo político, aunque ya antes había cautivado con sus encantos comunicacionales a los directorios corporativos y al complejo entramado social para convertirse en una especia de Gran Poder de Dios, que “todo lo ve, lo oye y lo escucha”.
Grandes corporaciones, sin desdeñar a brokers y lobistas, se enredan en las redes para afianzar políticas de mercadeo y comunicaciones y consolidar influencias en los diferentes grupos de intereses, tanto así que los Ceos de las principales marcas usan más a Twitter, Facebook e Instagram que medios convencionales.
El infinito espectro de la internet ya no es dominio solo de élites sociales ni de la clase media, pues desde hace años se ha convertido en hábitat de gran parte de la humanidad, al punto que no se exagera si se proclama que la Aldea Global penetra fácilmente por el hoyo de una aguja.
Líderes como Donald Trump, Vladimir Putin, Benjamín Netanyahu, Xi Jimping, Jair Bolsonaro, entre otros, son asiduos usuarios de la internet, a través de la cual difunden mensajes tan trascendentes como para cambiar el curso político, social o militar de la humanidad.
El presidente Luis Abinader se ha integrado a ese club de influyentes internautas, al operar su propia cuenta para interactuar con un auditorio contestatario y de altísima influencia, capaz de colocar en el centro del debate nacional cualquier tema político, económico o social.
Las redes sociales se han vuelto incontrolables, o inmanejables, inmunes a los estudios de mercado, encuestas de opinión o analítica de contenido, porque por esos hilos cibernéticos transitan a cada segundo torrentes de opiniones, informaciones, fake news, que inundan o desbordan cualquier momento coyuntural.
El liderazgo político nacional, en términos generales, parece no entender esa nueva realidad, se mantiene sobre viejos rieles de cultura caudillista, sin darse cuenta que frente a propias narices cruza el tren de alta velocidad de internet, tan veloz que resulta difícil precisar si en el abrir y cerrar de ojos el presente se vuelve pasado o el futuro es en realidad hoy mismo.
Con la juventud no se habla si no es en su propio lenguaje a través de las redes sociales, como tampoco se podría interactuar con otros grupos de interés sin un efectivo vínculo comunicacional basado en el respeto a su espacio y el reconocimiento de sus anhelos, quejas o denuncias.
Todavía son muchos los fantasmas vivientes que deambulan en el Gobierno, los partidos, el empresariado y en la sociedad civil con sus viejos discursos de mentiras, privilegios, miedo y oportunismo, como si ignoraran que el ciudadano lleva a ristre el mundo y el conocimiento dentro de un teléfono celular.
Por Orión Mejía