Por teoría y praxis aprendimos que el ejercicio de la democracia política se logra cuando la burguesía obtiene un nivel de desarrollo económico que le permite adquirir la condición de clase gobernante y que desde su seno emerja una clase obrera fuerte en sí y para sí.
La democracia se sostiene en los pilares del capital y de la fuerza de trabajo, que a pesar de su irreconciliable contradicción coexisten a partir del axioma de que una clase requiere de la otra, por lo que los derechos de la clase obrera quedan garantizados en la Constitución del Estado.
Esa era la razón por la que Juan Bosch sostenía hace 50 años que no era posible aquí instaurar una democracia como la de Noruega o Bélgica, como anhelaba Peña Gómez, porque no había una clase gobernante y porque en vez de clase obrera, lo que prevalecía era una pequeña burguesía pobre.
La izquierda también extravió caminos al creer que era posible instaurar la dictadura del proletariado, aun con el impulso de una alianza obrero campesina al estilo maoísta, o capitaneada por una clase media y pequeña burguesía, como en Cuba.
Medio siglo después, en ningún país subdesarrollado ha sido posible instalar una democracia al estilo del norte de Europa, ni un Estado socialista sostenido en la hegemonía de la clase obrera. Bosch tenía razón.
A lo más que se ha llegado es a regímenes mixtos, reflejados en Estado Social Democrático o en ambos escenarios, Estado Social de Derecho, en Europa, o el de un Estado y dos sistemas, como China y Vietnam. En América Latina, no ha sido posible que la burguesía desplace a la oligarquía.
República Dominicana, que un día como hoy tenía un PIB de menos de tres mil millones de dólares, y que a la llegada de la pandemia llegó a acumular US$85 mil millones, se erige hoy como una economía de renta media, con un ingreso percápita superior a los ocho mil dólares.
Aunque ha quedado a la saga en áreas importantes del desarrollo humano, como la educación, vivienda, salud, agua potable, etcétera, la sociedad dominicana se ha ganado un pasaporte para ingresar a la Cuarta Revolución Industrial, que nada tiene que ver con la del proletariado ni con el frente anti oligárquico, sino con la globalización del capital, tecnología y mano de obra.
Para acceder a ese club se requiere de una economía de crecimiento continuo, de ventajas geopolíticas, mano de otra adiestrada a través de parques industriales y centros tecnológicos, garantía a la inversión extranjera y fuerte raigambre institucional.
Es por eso que no debería sorprender cuando el encargado de Negocios de la embajada de Estados Unidos, o los embajadores de la zona euro, Naciones Unidas o China, muestran inusitado interés en que aquí se consolide institucionalidad y se persiga la corrupción. El nuevo camino es la inserción de RD en el mundo de hoy.
Por Orión Mejía