Como les comenté en un artículo anterior, oí decir a un personaje que admiro mucho la siguiente frase: “El que tiene boca se equivoca”.
Aparentemente se oye cómico, pero en realidad, tiene mucho sentido, pues, estadísticamente, nunca he escuchado de alguna persona que haya nacido sin este órgano.
Interpretando esta frase, podemos concluir que nos equivocamos todos, pero existe una gran mayoría que niega sus errores, en lugar de asumirlos.
Esto trajo a mi mente algo sucedido cuando apenas era una adolescente: para mi madre, era una situación de primera necesidad estrenar ropa nueva durante las navidades. Un día me compró una tela con unos dibujos azules, con la intención de mandarme a hacer un vestido, el cual debía estrenar al día siguiente de la Nochebuena.
Tan pronto la vi, emocionada dije que era hermoso, que me encantaba el color azul; mi madre insistió en que era verde. Era de noche y parece que ella se confundió, pero cuando insistí y ella entendió que la estaba contradiciendo, me dio tremenda bofetada. Al día siguiente, reconoció que yo tenía razón, pero no hizo el menor intento por excusarse. Si ella hubiese reconocido su error, posiblemente yo no recordara el hecho.
La vida es más ligera cuando nos damos el permiso de admitir que nos hemos equivocado, y pedimos perdón todas las veces que sea necesario.
Es recomendable no ser tan perfeccionistas que lleguemos a pensar que no somos seres humanos.
Si nos caemos y nos levantamos, y reconocemos nuestros errores, seremos más precavidos al momento de tomar decisiones.
Que a partir de ahora, sea una meta admitir que no somos perfectos, y una vez nos hayamos equivocado, lo aceptemos de manera humilde, entendiendo que esta es la mejor forma de no repetirlo, y a la vez, de convertirnos en mejores seres humanos.
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)
*La autora es psicóloga clínica