Ese sábado en la mañana, mi bisabuela Macaria me encomendó recoger en la panadería Carbonell, en el barrio Santa Bárbara, un saco de panes que se brindaría esa tarde a los invitados a una “Hora Santa” en honor a algún santo de calendario cristiano.
No pude evadir ese compromiso, porque su incumplimiento conllevaba un “par de chancletazos”, que seguramente me propinaría mi abuela María, por lo que cerca del mediodía emprendí ese viaje desde la calle Abreu, del Barrio San Carlos a la Restauración, donde operaba la panadería.
Debo decirle que los panes que requería mi bisabuela no tenías costo alguno porque habían endurecidos desde que fueron horneado días atrás, pero que podían degustarse acompañados de queso blanco y de un pozuelo con chocolate caliente.
Cuando retornaba con el saco de panes a cuesta, justo en la intersección de las avenidas Mella y Duarte, observé una muchedumbre que presurosa se desplazaba en dirección norte sur vociferando consigna en favor del profesor Juan Bosch.
Al escuchar repetidos sonido de disparos, y sin soltar para nada mi saco repleto de panes duros, corrí por la calle Ravelo con la intención de guarecerme en la casa de mi tía Vicenta, aún sin saber lo que sucedía.
Aunque me informaran sobre lo que ocurría, no podría entenderlo porque apenas tenía nueve años, pero sí asumí que debía correr lo más rápido posible para atravesar la calle Los Isleños y alcanzar la Juan Bautista Vicini, por los lados de la escuela Chile, para retornar a la calle Abreu.
Al adentrarme en mi barrio fue que escuché el nombre de José Francisco Peña Gómez, quien por radio habría convocado al pueblo a la calle.
Me encontré con mi hermano Cando, quien vociferaba que había estallado “la Revolución”, pero lo que me estremeció fue ver sobre un catre en su casa el cadáver de Julito, destrozado por el impacto de una bomba.
Al llegar a mi casa ya sabía que algo grande sucedía, porque mi bisabuela no mostró interés en el saco de panes duros que le entregué y porque Canda lloraba inconsolablemente, quizás porque la policía había apresado a Cándido, mi otro hermano.
Ese sábado 24 de abril, cumplí cabalmente la encomienda de buscar el saco con panes duros a la panadería Carbonell y entregarlo ante único brazo que tenía mi bisabuela, porque lo perdió el otro durante el ciclón San Zenón.
Por Orión Mejía