Siempre he sido una persona poseedora del privilegio de tener la sencillez como una de mis más grandes virtudes.
En mi largo paso por esta vida, a pesar de mi origen tan humilde, gracias a mi preferencia por los estudios, he tenido la oportunidad de manejarme con personas de niveles económicos muy altos.
Como tengo la tendencia natural, como decía mi difunta madre, de “enchularme” con la gente, parece que, en una etapa de mi vida, olvidé que las clases no se suicidan.
Tuve la oportunidad de compartir con alguien de una capacidad económica envidiable. Realmente, me dispensaba un trato tan fino y me demostraba tanto cariño, que al parecer logró confundirme.
Me colmó de tantas atenciones, me ayudó tanto, que el tema de la posición social no pareció una barrera para nuestra “amistad”.
Todo iba súper bien, hasta que, en mi lugar de trabajo, fui ascendida a una posición a través de la cual se tramitaba cualquier solicitud que los ciudadanos hicieran.
Ignoraba que esa persona ocupara algún cargo en alguna institución, y quizás, consciente de que todos los solicitantes eran tratados de igual manera, nunca me fijaba en el nombre de quien firmaba la solicitud. Simplemente procedía a procesarla.
Un día recibí una solicitud, pero, como de costumbre, no me fijé quién la firmaba. Resultó que se trataba de esa persona. Pasaron unos días y parece que pensó que, por su status, se iban a obviar todos los principios de la ley con la cual yo trabajaba.
La persona en cuestión me llamó para dar seguimiento a su solicitud, y cuando se enteró de que yo no tenía conocimiento que se trataba de el, inmediatamente firmó mi sentencia de muerte.
No habiéndome percatado de mi realidad, pasado un tiempo, lo llamé para solicitarle un favor, la frialdad de su trato hacia mi persona fue tan grande, que sentí como si se me congelara el corazón.
Sin proponérmelo, herí su ego, la relación se enfrió para siempre, y hoy, desde la distancia, escribo para cerrar ese amargo capítulo de mi vida, esperando con esto borrar de mi pensamiento el inmenso cariño que llegué a sentir por esa persona. Ni siquiera me dio la oportunidad de aclarar: Total, “C’ est La Vie” …
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)
*La autora es psicóloga clínica