Formo parte de la generación de periodistas de la década de los 70s, aunque de manera remunerada inicié mi carrera a finales del 78 en la emisora Radio Antillas, tiempo durante el cual la mayoría de nosotros militábamos en partidos políticos, por convicción, no por conveniencia, sin afectar la deontología profesional.
Esa camada de periodistas se formó y forjó al candente sol de la guerra fría, todavía con el reflujo de la insurrección popular e intervención militar foránea de un lustro atrás y en medio de una ebullición social en reclamo de democracia.
Fuimos la última generación profesional del “paste up”, del “teletipo” y la máquina mecánica, pero tuvimos la suerte de abrevar en inagotables fuentes de experiencia, conocimiento, reciedumbre de otra generación de profesionales que sobrevivió a la dictadura de Trujillo.
Esos maestros nos guiaron y nos entrenaron en las aulas universitarias y en las redacciones de los periódicos, noticieros de radio y de televisión, en tiempos cuando la vida de un periodista pendía del resabio de un mando militar o político.
Me atrevo a mencionar los nombres de Mario Álvarez (Cuchito), Radhames Gómez Pepín y Francisco Comarazamy, entre esos veteranos periodistas. Con los dos primeros tuve la suerte de trabajar bajo sus órdenes y el otro maestro, de recibir sus enseñanzas en las aulas.
La generación de periodistas a la que me refiero va ya de despedida, con el retiro por jubilación o fallecimientos, pero una minoría aún brega en un nuevo ambiente profesional signado por el internet, la Aldea Global y el corporativismo mediático, que signa un valor monetario a las palabras.
Integrantes de mi generación lograron calar los mayores niveles jerárquicos en el periodismo, incluido la dirección de los principales periódicos y medios radiofónicos de TV y digitales; otros han descollado como comentaristas y articulistas o profesores universitarios o dirigen propias empresas de asesoría.
Aun así, creo que esta generación de periodistas que emergió en los 70s no pudo alcanzar a la anterior, al menos no en el cúmulo de experiencia y reciedumbre en el oficio, aunque de los maestros heredamos el respeto por la profesión, el apetito de aprender y la vocación de servir.
No dejo de proclamar que nuestra generación produjo muchísimos profesionales de calidad, que hoy son ejemplos de admiración y respeto ciudadano y constituyen también firmes referentes para futuros comunicadores, por lo que creo que ese linaje cumplió su cometido histórico.
Ojala que los jóvenes que hoy se forman en las universidades y escuelas de periodismo volteen rostros hacia nuestra generación, pero principalmente hacia los maestros que sobrevivieron a la tiranía, para que abreven en su sabiduría y rechacen los muchos extravíos o errores en los que seguramente incurrimos.
Por Orión Mejía