Condenados a morir el día después de la víspera, la muerte debería ser tema de fascinación y no de horror, aunque se reputa como legítima la brega por no partir antes de la fecha, menos aun cuando se ignora si la vida concluye con el último suspiro o si se reinicia una nueva marcha del espíritu.
Sin ningún deseo de conocerla, alguna vez nos hemos topado con ese ente misterioso, con máscara de bufón ante un repentino peligro de perecer, y otras ocasiones como protagonista de una saga de drama y dolor que provoca irrefrenable anhelo por morir con la misma intensidad que se desprecia la vida.
La muerte se viste diferente según la ocasión en la que debe poner fin a la existencia material, pero no desperdicia oportunidad para taladrar el alma de los vivos que lloran a sus muertos o regocijarse en las aguas negras de hipocresía.
El funeral puede ser pomposo o mísero, pero la muerte es siempre la misma, con orgulloso porte por saberse dueña de un destino incierto, que quizás sea paraíso, Purgatorio, infierno o nada.
La muerte debería recibirse con orgullo por todo lo vivido; en “La agonía de Macaria Pérez”, relato del que he extraviado el punto final, el ataúd de la matrona fue colocado en medio de la sala sobre sendos sillones y debajo un recipiente con mucho hielo para conservar su cuerpo inerte de color negro cobrizo y cabellera blanca…
El ceremonial funerario ha cambiado mucho desde los tiempos de Macaria Pérez, quien en su agonía pidió forrar con sábanas blancas las paredes de la habitación donde sería su velatorio, pero la tendencia hoy en día es no exponer el cuerpo del difunto, quizás impedir que la muerte se regocije por lo que ha hecho.
Sin hacer caso al dicho aquel de que “el muerto con tierra tiene”, muchos cuerpos son cremados, con lo que se reinterpreta el versículo bíblico de “… polvo eres y al polvo volverás”, solo que en vez de polvareda ósea, serian cenizas producidas en modernas hogueras.
Al no exponer el féretro en la funeraria, sino una foto del difunto, no queda claro si la intención es alejarlo de la vista de sus parientes y relacionados, o de la propia muerte, de la que se dice que se alimenta con el dolor de los vivos que lloran a sus muertos.
Ante el irremediable encuentro con la muerte, lo mejor sería estar preparado para recibirla con guirnaldas de dignidad y orgullo por todo lo vivido, aun si saber si la vida termina con el último suspiro o si se aborda alguna caravana en dirección al paraíso, purgatorio, infierno, o a ninguna parte.
Por Orión Mejía