A Judith Pamela Butler, filósofa materialista, es considerada como una de las voces más influyentes de la teoría política contemporánea, con relevantes aportes en el campo del feminismo, filosofía política y la ética, aunque alcanzó mayor relevancia con su teoría del “queer”, que desafía el criterio natural sobre el género.
No pretendo referirme a la teoría sustentada por esa pensadora estadounidense en torno a lo que define como visiones esencialistas, naturistas y estáticas sobre sexo, género y orientación sexual, o su defensa al “binarismo de género”, sino a su advertencia de que “el odio se ha elevado a una categoría política.
En una conferencia en la Universidad Autónoma de México, Butler se refiere “al odio y la intolerancia” que se anida en una amplia capa de la sociedad y que se ha fortalecido en muchos países con el ascenso de políticos o grupos extremistas, entre los que cita a Donald Trump.
Butler, alienta a organizar una acción colectiva para frenar el ímpetu de los movimientos radicales que ponen en peligro importantes avances en derechos humanos, “fuerzas reaccionarias que amenazan conquistas sociales”.
Ese huracán de odio e intolerancia se asoma a la geografía dominicana, aunque nadie en el traspatio ha emitido alerta meteorología sobre intensidad de sus vientos, de intransigencia o sectarismo agravado por el miedo que infunden liderazgos que intentan reencarnar a Stalin, Mussolini o Hitler.
Los síntomas de esa epidemia de sectarismo y fanatismo se expresan aquí con las loas de la derecha política hacia Trump y de la izquierda a Vladimir Putin, en las divisiones partidarias impulsadas por el individualismo, odio o resentimiento, así como en discursos xenófobos.
República dominicana es hoy víctima de una trapisonda internacional que procura convertirla en almacén del desenfreno migratorio haitiano, ante lo cual la repuesta debe ser la aplicación irrestricta de la ley de migración, con el debido respeto a los derechos humanos.
La delincuencia y criminalidad subvierten el sosiego ciudadano, pero en ningún modo la receta a ese flagelo puede ser el ejemplo de Nayib Bukele, quien, en nombre de un combate frontal contra el crimen, subyuga las libertades públicas en El Salvador, como tampoco en los partidos deben imponer el estalinismo o trumpimo como horca y cuchillo. Urge detener el ciclón de odio.
Por Orión Mejía