Es difícil entender la tozudez de líderes y dirigentes de negar o desconocer la realidad objetiva en una coyuntura determinada, como si se creyeran dioses o mesías capaces de cambiar a su favor o de los suyos cualquier circunstancia por muy adversa que sea.
Una realidad que resulta independiente a la voluntad de cualquiera que la ausculte seria la que establece que el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) perdió las elecciones presidenciales y también el control del Congreso y de la mayoría de los ayuntamientos.
A partir de ese escenario objetivo deberían diseñarse tácticas o estrategias políticas, si conceder espacios a resabios tardíos o a emociones fantasiosas, como si todavía se pernoctara en el Palacio Nacional o si se contara con el favor de colectividades hoy asentadas en otros nichos partidarios.
El primer error que puede atribuirse a la dirección del PLD fue el de pretender instaurar una cooperativa de culpables por la derrota electoral, de la que fueron excluidos los miembros de su Comité Político, por lo que la membresía se limitó a dirigentes medios y de base.
Las debilidades políticas identificadas como causa del revés comicial fueron del fuero exclusivos de “los otros”, sin que se diera paso a un auténtico y aleccionador proceso autocritico, que al parecer no tendría la relevancia que merece en el seno del Congreso José Joaquín Bido Medina.
El papel de avestruz no le corresponde a un partido que permaneció en el poder por 20 años, 16 de los cuales fueron de manera consecutiva, a cuyas gestiones se le atribuye el segundo oleaje de transformación social, política, económica e institucional.
Cuando una organización partidaria con tan dilatada experiencia de Poder sufre la metamorfosis política, filosófica, ética y moral que ha padecido el PLD, requiere de una cirugía mayor o muere a causa de enfermedades catastróficas, sin que ningún líder excepcional pueda impedir el deceso por sobredosis o inanición.
Un ejemplo del extravió de la dirección del PLD en el abordaje de una nueva realidad política lo representa el nombramiento de Román Jaquez como presidente de la Junta Central Electoral (JCE), sobre quien acuso de venal y advirtió que no permitiría su escogencia. Ese magistrado fue escogido con el voto favorable de 28 de los 32 senadores.
¿Acaso la presidencia del Partido ni el Comité Político advirtieron que esa mayoría concertada se produciría independiente a su voluntad? ¿Por qué disparar con carabina vacía? ¿Porque asumir una derrota política anticipada? Es como tropezar siempre con la misma piedra, hasta quedar inválido.
Por: Orión Mejía (orion_mejia@hotmail.com)