El capitalismo salvaje, que refería el papa Juan Pablo II, se expresa con crudeza en la comercialización mundial de alimentos y materias primas, entramado de compras y ventas a futuro a través del cual multinacionales desafían a Dios, al asegurar enormes utilidades sin importar la ocurrencia de ciclones, sequías, inundaciones y otros percances.
Las bolsas agropecuarias, incluida la de Chicago, que realiza las mayores transacciones en el mundo, son operadas por supuestas instituciones sin fines de lucro, que creen poseer el mandato divino de castigar a la humanidad al encarecer rubros básicos a través de la manipulación en su comercialización.
Esos mercados bursátiles fijan precios del trigo, soya, maíz y otros comodities desde antes de que los productores preparen las tierras para siembra en Estados Unidos, Brasil, Ucrania, India o Argentina, mediante un mecanismo de promoción o control de posibles vicisitudes en el clima, acopio o transporte.
Aun en los casos de sobreproducción, el mecanismo de precios a futuro opera para estimular el acaparamiento o imponer dudas razonables sobre reducción de la oferta en la próxima cosecha, por lo que siempre las empresas intermediarias garantizan altísima rentabilidad, aunque los productores se suman en la miseria.
La guerra de Rusia y Ucrania, así como las sanciones económicas que Occidente impone a Moscú, crean un tipo de condición en los ámbitos de producción y mercadeo de materias primas de origen agrícola, que se apartan del control de las bolsas agropecuarias.
Los cristianos que controlan esos mercados agropecuarios suelen ganar más dinero en tiempo de escasez -de ahí la definición de capitalismo salvaje-, pero esta vez, el conflicto bélico en los Balcanes ha causado efectos difíciles de controlar, como reducción de la producción de trigo, maíz y soya en Rusia y Ucrania y dificultad transportar la menguada cosecha desde la zona de guerra hacia los mercados.
El mayor agravante del cuadro de escasez y carestía de alimentos esenciales lo constituye el abrupto nacionalismo alimentario que ha surgido en Asia, con las prohibiciones de exportación de Trigo en la India, de aceite en Indonesia y de pollo en Malasia, así como el almacenamiento de commodities en China.
Tailandia y Vietnam se proponen encabezar un cártel de productores de arroz para fijar precios y controlar las exportaciones, lo mismo que hacen los productores de petróleo y gas natural, lo que representa un claro desafío a los magnates de las bolsas alimentarias.
Ante la espiral mundial de escasez, carestía de la comida, al gobierno dominicano no le queda de otra que volcar todo su esfuerzo en promover la siembra de toda la tierra disponible, así como el respaldo a la industria avícola y a la pecuaria. Vienen tiempos aún más difíciles.
Por Orión Mejía