Los partidos políticos se caracterizan por su condición de maquinarias electorales y de agencias receptoras de financiamientos sin regulación, que son como el tallo que crece recto, pero hueco, que cuando alcanzan el poder pierden sus raíces y se secan.
Quizás fue esa la razón por lo que se atribuye a Juan Bosch, entonces Presidente de la República, sugerir que los locales del otrora Partido Revolucionario Dominicano (PRD) fueran convertidos en escuelas, aunque en ese tiempo de hace 60 años, a una organización política liberal no se le podía pedir más que promover democracia.
Bosch fue maestro por excelencia que procuró educar a un pueblo descalzo en el abecé de la política, mientras la clase media importó ideologías revolucionarias desde litorales tan cercanos como Cuba o tan lejanos como China y la Unión Soviética.
Joaquín Balaguer se anidó en un partido conservador, el Reformista, bautizado después como “Social Cristiano”, que aglutinó en su seno la masa rural que aún idolatraba a Trujillo, la que supo juntar con sectores oligárquicos, que para sobrevivir aceptaron las leyes agrarias y de cuota parte.
La década de los 70s, el país se convirtió en una gran aula de educación política donde abrevaron la clase media, la pequeña burguesía y la incipiente clase obrera, cuyos catedráticos principales eran el propio Bosch, José Francisco Peña Gómez, por el lado liberal; Balaguer, en las aulas del conservadurismo, y Juan Isidro Jiménez Grullón y un colectivo de líderes, por el litoral de la izquierda.
En esos tiempos se hablaba de ideologías, del Partido y de las características que debían poseer el Estado, así como los proyectos de políticas públicas que se enarbolaban, desde convertir al país en una parcela de Washington hasta alinearse detrás de la cortina de hierro.
Gracias a ese fructífero periodo, que también tuvo ribetes de trágico, más de una generación posee desarrollo político y sentimientos patrióticos, de uno y otros lados ideológicos, como para desarrollar un tipo de partido basado en principios y en propósitos colectivos.
Penosamente, desde comienzo de siglo, cuando el PLD decidió dejar atrás su condición de partido de cuadro para convertirse en maquinaria recolectora de votos a cualquier costo, la partidocracia gana elecciones, pero no gobierna.
Lo saludable seria que el PRM no muera en el Gobierno por inanición ni convierta la heredad de Pena Gómez en simple agencia de empleo, que el PLD y la Fuerza del Pueblo (FP), realicen auténticos congresos partidarios donde sus respectivas bases se asocien con el futuro.
Por último, que la izquierda ingiera el imprescindible purgante de la autocrítica para que encuentre su camino y no insista en intentar morderse la cola, como lo ha hecho por más de 60 años.
Por Orión Mejía