Gabriel Boric, quien a sus 36 años juró el viernes como el más joven presidente en la historia de Chile, recoge el legado democrático de Salvador Allende al prometer que promoverá la redistribución de la riqueza, porque cuando se concentra en unos pocos, la paz es muy difícil de preservar.
Boric, cuyo gabinete está integrado por gente joven, en su mayoría mujeres, representa la más alta expresión de la nueva izquierda latinoamericana, la que combate al neoliberalismo, pero también la intolerancia neo marxista que prohíja privilegios y corrupción.
Durante más de 30 años, Chile fue mercadeado como la economía de mayor crecimiento, desarrollo e institucionalidad de América, un logro que se atribuyó a los Chicagos-Boys que obraron durante 17 años a la sombra de la dictadura de Augusto Pinochet.
Todos los días, durante casi dos años, el pueblo de Chile se movilizó en Santiago, Valparaíso y en toda la angosta geografía de esa nación, hasta lograr derrumbar la constitución política de Pinochet e instalar en La Moneda a fuerza de votos, a Gabriel Boric.
Es ahora cuando el mundo descubre que Chile es una de las naciones más desiguales del continente, que el esquema económico y de dominación política privatizó hasta el agua potable y de uso agropecuario y que el pueblo y su clase media se han empobrecido.
Son legítimos o razonables los temores de que el nuevo gobierno de Chile sea confrontado por poderosos intereses internos y externos, más aún cuando ya ha anunciado que estatizaría áreas vitales de la economía y que la Constitución Política seria de las más democráticas del mundo.
El gobierno de Salvador Allende fue derrocado por la expresión militar y política del nazismo, encabezada por Augusto Pinochet, con apoyo y aliento de Washington, pero también fue diezmado por un sector de izquierda intolerante, sordo y ciego, lo que no se repetiría con Guillermo Boric, porque su liderazgo nació de las mismas entrañas del pueblo y de una clase media que antes adversó a Allende.
Es posible establecer un paralelismo entre las protestas escenificada en el centro de Santiago, con las realizadas en la Plaza de la Bandera, de Santo Domingo, con el señalamiento de que en ambos escenarios la gente reclamaba transparencia y lucha contra la impunidad.
En Chile, el liderazgo no claudicó ni llevaba en los bolsillos agendas ocultas, ni tenia mandantes neoliberales ni pretendía dejar intacto el esquema económico y político. Aquí unos unas cuantas canonjías fueron suficientes. Allá desde el viernes gobierna el pueblo.
Por Orión Mejía