Desde el inicio de la Guerra Fría, hace 75 años, con la creación de los pactos militares Alianza del Atlántico Norte (OTAN)) y el Pacto de Varsovia, las políticas internas de los países de América Latina, Asia y África giran en mayor o menor medida según la dirección de los ejes de las grandes potencias, que además de Estados Unidos y Rusia, hoy se agregan China Popular y el bloque europeo.
La conflagración derivada de esa era heredada de la Segunda Guerra Mundial se centró en la conquista de dominio geopolítico, que conllevó a la alambrada de Berlín, la guerra de Indochina, la Crisis de los Misiles y las convulsiones políticas en África.
En el traspatio latinoamericano la pugna entre Moscú y Washington se expresó en la Revolución Cubana, las tiranías que asolaron a Centroamérica y las Antillas, los regímenes militares en Suramérica, la exportación de la experiencia revolucionaria de Fidel Castro en Bolivia, Uruguay, Colombia, Venezuela, Santo Domingo y Angola.
La receta de control político impuesta por el Pentágono y el Departamento de Estado en el continente, incluido la frontera imperial del Caribe fue la represión y exterminio del liderazgo marxista o popular para anular o reducir su incidencia también en los movimientos sindical y social.
A partir del derrumbe del Muro de Berlín y de la desintegración de la Unión Soviética, la Guerra Fría tomo otro derrotero expresado en conflictos diplomáticos o guerra económica y tecnológica, incluido la carrera por el dominio de la disuasión nuclear.
Es por eso que el área de promoción de inversiones y de ampliación del dominio económico tiene hoy mayor importancia en la embajada de Estados Unidos que las antiguas agencias de la CIA que luchaban contra la expansión del eje Cuba-Rusia y China.
La punta de lanza de EE. UU. en el nuevo contexto internacional es su potencial económico reflejado en sus grandes corporaciones que compiten por control de mercados con sus pares de Beijing, Unión Europea, Rusia y Japón, que fue la causa de la guerra contra Irak y del conflicto contra Irán.
Una competencia así requiere reglas claras entre las potencias para el intercambio comercial, así como para el control de los mercados, lo que pasa por la aprobación de instrumentos jurídicos para disuadir prácticas desleales por el flujo de activos provenientes de actividades ilícitas.
En ese contexto se inserta la lucha contra la corrupción, uno de los ejes principales en la competencia por el control de los mercados. La Guerra Fría de hoy tiene que ver con la prevalencia de reglas claras respecto a la relación de negocios entre el Estado y el sector privado.
Lo que ocurre en República Dominicana con la corrupción no debería relacionarse con algún esquema de persecución política, aunque no se niega que tenga alguna dosis de eso, pero lo esencial ha sido que ese tema figura de forma preponderante en el decálogo de dominio y control que aplica EE. UU. a nivel mundial.
Por Orión Mejía (orion_mejia@hotmail.com)