Desde que el estadounidense Randy Conrads creó en 1995 a Classmates, definida como la primera red social, se inició una vertiginosa forma de comunicación e interacción que obra como invisible red mundial que aprisiona a millones cibernautas a los que les inocula veneno que induce al consumismo desenfrenado.
Las redes sociales son hoy impresionantes plataformas tecnológicas que literalmente dominan al el quehacer mundial en términos económico, social y político.
Las redes sociales más populares como Twitter, Facebook e Instagram obran principalmente como infinitos escenarios publicitarios, mercadológicos y de propaganda, aunque los usuarios crean que su uso principal es el de interactuar a través de voz y data.
Aquí, como en todo el mundo, esas plataformas de comunicación virtual se han vuelto casi imprescindibles, no solo para comunicar o transmitir información, sino para obtener o mercadear productos y servicios dentro y fuera del país, desde un emparedado, boleto de viaje, un plasma, hasta una transacción bancaria.
La libertad de expresión llega a adquirir su máximo esplendor cuando la opinión del ciudadano circula libremente por los canales de Twitter, Facebook, Integran o TicTok, pero también (y he aquí el problema), las redes son convertidas en cloacas que depositan en todas partes detritus de bajas pasiones.
Puede ser tanto la capacidad de penetración de las redes que campañas de descredito en los ámbitos personales, políticos, sociales o corporativos logran influenciar a instancias del Estado como Gobierno y Justicia o crear la falsa impresión de que una mentira sería verdad comprobada.
La mayoría de los temas objeto de debate público pasan primero por el tamiz del lado oscuro de las redes que incluso es manejado por maquinas que le imprimen intensidad y apariencia de socialización, sin que se identifiquen a los intereses que sirven de titiriteros.
El principio que afirma que todos los ciudadanos se encuentran a seis personas de distancia de cualquier otra del planeta, es aplicado no solo para promover bienes y servicios, sino también para reconducir conductas y opiniones en torno a temas de la agenda nacional.
El antídoto esencial para anular efectos nocivos de aguas no tratadas que circulan en las redes debe ser suministrado a la población por la prensa convencional (periódicos, televisión y radio), inmunes a la influencia de esos portales, tantas veces convertidos en paredones mediáticos.
Periódicos y periodistas están compelidos a resguardar la fe pública y proteger a las instituciones del sistema de las frecuentes inundaciones de aguas de infamia que se generan en las redes, que anegar todos los predios de la sociedad.
Por Orión Mejía (orion_mejia@hotmail.com)