Cuando se padece de un vecino como Haití, es mejor referir a la comunidad internacional las vicisitudes que sufre, más que las propias, porque se trata de carga muy pesada que de algún modo tenemos que acarrear”, así escribí en mi cuenta de Twitter como parte de un escenario viral para un tema tan acuciante.
Si se logra extraer de la caldera política el tema haitiano, de este lado de la isla se consolidaría un discurso que podría servir de sombrilla incluso para cobijar intereses particulares, porque cualquier discusión debería partir del reclamo unísono de que el mundo se abra a Haití.
Haití no califica para ingresar a la destripadora política o mediática, ese drama debe abordarse en una especie de cooperativa nacional cuya misión sea la de salvaguardar el bien jurídico y territorial de la República.
Lo expuesto por el presidente Luis Abinader sobre Haití ante la Asamblea Nacional de Naciones Unidas (ONU) se corresponde con la verdad, aunque para muchos quizás pudo haber dicho más o tintar su discurso con colores pasteles.
Cuando mandatarios de todo el mundo desfilaban en el edificio de la ONU en Nueva York para exponer anhelos o logros sobre democracia, justicia social y convivencia internacional, en frontera de Texas con México, policías a caballos arreaban como vacas vacas a miles de indocumentados haitianos.
La sociedad liberal de Estados Unidos expresó horror y consternación por ese espectáculo propio del Circo Romano, pero la respuesta de la Casa Blanca fue el de disponer la expulsión inmediata de la mayoría de unos 15 mil haitianos, para lo cual se habilitan entre siete y diez vuelos diarios hacia Puerto Príncipe.
Es por eso que fue válida y oportuna la advertencia del presidente Abinader, de que República Dominicana no es ni será jamás la solución al problema haitiano, porque no hay que ser pitonisa para afirmar que Washington y otras metrópolis apuestan a que la crisis haitiana se derrame hacia el este de la isla.
Lo mismo puede decirse de su señalamiento en torno a las bandas de que controlan parte del territorio de Haití, la imposibilidad de celebrar elecciones libres, justas y concurridas y que esa crisis ya impacta sobre numerosos países del continente en términos de desbordamientos migratorios, como México, Brasil, Chile, Colombia, Panamá y Costa Rica.
República Dominicana padece de manera directa y cruenta la consecuencia de la crisis haitiana, como la que afloró sobre el cauce del Río Bravo o en la selva de Colombia y Panamá, pero lo peor aún no ha pasado. Estados Unidos, Francia, Canadá y Unión Europea parecen ansiosos para que esa tragedia cruce la frontera domínico haitiana.
Por: Orión Mejía (orion_mejia@hotmail.com)