Como reportero, ayudante de fiscal y como ciudadano, he dado seguimiento de cerca a la trayectoria como servidora pública de la hoy procuradora general de la República, Miriam Germán Brito, quien ha servido con eficiencia y decoro en los diversos estamentos del Orden Judicial y del Ministerio Publico.
Como jueza titular de la Primera Cámara Penal del Distrito Nacional, en el tramo final del gobierno del presidente Joaquín Balaguer, cuando todavía algunos tribunales fungían como antros de intolerancia y represión, en su sala de audiencia se administraba puro derecho y prístina justicia.
En esos tiempos aún estaba vigente el Código de Procedimiento Criminal que otorgaba al juez poderes sobrenaturales basados en su “íntima convicción”, apegado a lo cual algunos jueces imponían penas de 15 a 30 años sin permitir que los justiciables recurrieran a sus medios de defensa.
Ese texto conocido como “Código del tránquenlo”, concedía al Ministerio Publico facultad de disponer “arresto” de cualquier acusado de incurrir en algún ilícito penal, que el fiscal considerara de naturaleza criminal, dado que los tipos correccionales conllevaban imposición de fianzas que también las fijaba la fiscalía.
Sobre el expediente acusatorio, el fiscal escribía la palabra “arresto” y a seguida los artículos del Código Penal que el prevenido habría violado, para ser remitido a una cárcel pública, a partir de lo cual transcurrirían meses o años para ser presentado ante un juez de instrucción, quien conocería en fase secreta los méritos de la acusación.
En ese ambiente de represión judicial, el tribunal de la magistrada Germán Brito era uno de los contados oasis de justicia y de buen derecho en el vetusto Palacio de Justicia de Ciudad Nueva, lo que se atribuye a que esa magistrada nunca aceptó imposiciones palaciegas, ni en bien ni en mal.
Una vez, un recluso blandió filoso cuchillo en la Primera Cámara Penal, pero esta vez la Policía reprimió su acción y uno de los agentes le propinó un garrotazo en la cabeza que lo hizo sangrar profusamente, tras lo cual fue llevado a un hospital. La magistrada Miriam protestó enérgicamente ante el fiscal Julio Cesar Castaños Guzmán por lo que estimó exabrupto policial.
Es difícil entender las razones que tuvo el entonces procurador general Jean Alain Rodríguez, para injuriar a una jueza de la estirpe ética y moral de doña Miriam, quien con su experiencia y reciedumbre honró los estrados de la Suprema Corte de Justicia. Si se deseaba desplazarla, bastaba con aplicar la mayoría en el Consejo Nacional de la Magistratura.
Hoy, la magistrada Miriam Germán Brito vive el momento más estelar de su honrosa carrera en la judicatura y el Ministerio Público. La sociedad debería protegerla ante los malos espíritus que la acosan desde todos los litorales.
Por Orión Mejía