Se convida a la población a festejar la muerte de seis integrantes de una peligrosa banda de delincuentes, liderada por un parapléjico, con sede en el Los Alcarrizos y con ramificaciones en muchas otras comunidades, por aquello de que “muerto el perro se acaba la rabia”.
Dicen que al día siguiente de esa balacera, durante la cual cayeron abatidos dos miembros de la Policía que formaban parte de los forajidos, la vecindad recobró la paz y tranquilidad, clara señal de que sus padecimientos, que datan de más de sesenta años, tenían su origen en ese brote de criminalidad.
Tal parece que la prensa está convencida de que la Policía ha encontrado una fórmula efectiva para garantizar el sosiego ciudadano, por lo que con mucha vehemencia insta a que se replique en otras comunas agobiadas por la delincuencia. La receta es tan simple como sencilla: matar a los delincuentes.
Los Alcarrizos, ubicado al oeste del Distrito Nacional, es un asentamiento inicialmente poblado por migraciones de desalojados de otros barrios de la durante los gobiernos del presidente Joaquín Balaguer para dar paso a la construcción de proyectos habitacionales o de remodelación urbana.
Antes de que la Policía y la prensa descubrieran la novedosa fórmula para acabar con la delincuencia, erróneamente se creía que ese flagelo se alimentaba de la injusticia e iniquidad, como la que todavía prevalece en Los Alcarrizos, cuya población se le ha negado siempre derecho pleno a la educación, salud, empleo, vivienda digna, agua potable, deporte y recreación.
Se dijo que la banda del joven parapléjico tendría más de 300 miembros, por lo que falta aún mucho por hacer para aplicar plenamente la susodicha receta, sobre la cual advierto que si no se cierra la fábrica de delincuentes habrá la necesidad de matar forajidos todos los días. Claro, me refiero a malhechores pobres, no ricos ni influyentes.
Admito que cuando delincuentes caen abatidos en difusos enfrentamientos con alguna patrulla policial, las comunidades circundantes sienten alivio porque esos individuos no volverían a incurrir en atracos, robo, sicariatos, secuestros, pero antes de que pestañe un pollo otros ocupan sus lugares, porque la fábrica no cierra.
En no pocos casos, agentes actuantes están compelidos a repeler agresiones de antisociales en intercambios de disparos que concluyen con muertos y heridos, pero ¿Por qué conferir desde la poltrona mediática licencia abierta para que la Policía ejecute delincuentes a discreción?
La causa primigenia de la delincuencia radica en la injusticia, marginalidad y exclusión, al punto que es previsible que el niño que nace hoy en un barrio marginado sería candidato a morir dentro de 15 o veinte años en un intercambio de disparos. No me gusta la receta que la prensa hoy aplaude.
Por Orión Mejía