La prolongación en el Poder de un partido, como lo que primó en México por 70 años, o la alternancia del bipartidismo, como en Venezuela y Colombia, perfilaron un tipo de democracia en América Latina caracterizada por una relación entre gobiernos y pueblos de frustración y desconfianza.
Esa fisura, entre población y gobiernos definidos como democráticos, dio vigencia a dictaduras o regímenes de fuerza en casi toda la región, que parece padecen una historia pendular entre lo malo y lo peor.
Durante este siglo algunas naciones del continente forman parte de un estrecho círculo referido a democracias que sin cumplir estándares de un sistema político basado en equidad, preservan parámetros institucionales que desalientan ambiciones dictatoriales.
Ningún país de América Latina puede hoy vanagloriarse de que posee una democracia robusta, cuyas instituciones estén libres de infección social, aunque en República Dominicana hace tiempo que se inocularon las dosis históricas de inmunización frente a variantes de dictaduras.
La mayor vulnerabilidad de los regímenes democráticos se manifiesta en la accidentada interrelación entre gobierno y ciudadanía, que ha estado sustentada en un discurso oficial que genera humareda de desconfianza o desengaño.
Otra debilidad institucional se expresa en la composición de los poderes públicos, cuyos integrantes, en su mayoría no son escogidos prima fase por la población, sino por intermediarios políticos y corporativos que usurpan en su provecho un derecho de naturaleza colectiva.
Están ensalzados de demagogia y falsedades en los discursos oficiales todos los caminos que conducen a deformados escenarios de Brasil, Nicaragua, El Salvador, Colombia, Cuba, Guatemala, Bolivia, Venezuela, Perú y Honduras, sin importar las razones del extravío.
La vacuna más efectiva contra el virus que diezma a la democracia, es la que se inocula cuando el gobierno promueve una interacción con la población sostenida en la transparencia, sin importar si el contenido de ese ejercicio dialogante está impregnado de congoja o buenas nuevas. La verdad se basta por sí sola.
El pueblo es fuente y caudal de la democracia, un sistema político que no ha sido concebido para privilegiar a clubes corporativos sino para promover igualdad de oportunidad, justicia, equidad que han de reflejarse en libertad plena.
Al presidente Luis Abinader le ha tocado dirigir los destinos nacionales en un momento histórico muy complejo y dramático, cuando se activa el aciago péndulo entre gobernanza e inestabilidad, por lo que un buen consejo seria que aplique desde hoy la vacuna de la transparencia, justicia y verdad.
Por Orión Mejía