Recojo en mi memoria restrojos de uno de muchos episodios de los que fui testigo durante mi estadía como abogado ayudante en la Fiscalía del Distrito Nacional, hace más de un cuarto de siglo, cuando la magistrada Mirian German fungía como jueza de la Primera Cámara Penal.
En esos tiempos era frecuente que algún preso exhibiera de repente un cuchillo o una navaja de afeitar con que amenazaba con cortarse las venas si a la sala de audiencia no iba la prensa para denunciar maltrato físico, prisión ilegal o retraso en su proceso.
El doctor Julio César Castaños Guzman era el fiscal y yo su abogado asistente, un magistrado que se definía como un funcionario de transición, a la espera de su sustituto, Guillermo Moreno, designado por el nuevo presidente Leonel Fernandez, el 16 de agosto de 1996.
Cada semana se producían uno o dos corre-corre hacia una de las salas penales donde algún prevenido se colocaba un afilado cuchillo o navaja sobre su brazo o cuello para reclamar la presencia de toda la prensa, que al otro día reseñaba el incidente y las quejas del reo.
El magistrado Castaños, muy estudioso de los Códigos Penal y de Procedimiento Penal, lucia a veces compungido por un proceder violento y perturbador convertido en costumbre, pero siempre opuesto a que la Policía Judicial sometiera a esos reos a la obediencia por vía de la fuerza.
Los jueces y fiscales se convirtieron en diplomáticos para lograr que el reo sublevado entregara su objeto cortante, porque hasta donde recuerdo no se produjo ninguna desgracia, aunque si un caso que molestó a la magistrada Germán.
Conmigo trabajaba un sargento de la Policía, del típico suboficial de abultado vientre, que dice conocer el cojo sentado y al ciego durmiendo, quien siempre tiene un consejo que ofrecer sobre cualquier situación jurídica o carcelaria. Ese agente policial solía decir que él resolvía el problema de los presos con cuchillos y navajas.
Ese día un prevenido blandió un objeto punzante en una audiencia presidida por la magistrada Germán en la Primera Cámara Penal, ubicada al final del pasillo izquierdo del viejo edificio. “Magistrado, yo resuelvo eso”, me dijo el sargento.
Como era lógico, un contingente policial acudió a la sala. El sargento resolvió el caso a la manera del gobierno de entonces, al darle un garrotazo en la cabeza al recluso y despojarlo del arma cortante.
La magistrada Germán censuró ese maltrato. A Castaños Guzmán tampoco le agradó. A mí me tocó anunciar la suspensión del sargento para fines de investigación y posible sanción. Que yo recuerde nunca más un prevenido blandió en el tribunal cuchillo o navaja.
Estoy seguro, muy seguro, que la magistrada Germán también hoy, más de un cuarto de siglo de esa anécdota, rechaza cualquier atropello que se perpetre contra un prevenido o justiciable.
Por Orión Mejía