Tenía muchos días buscando la forma de escribir este artículo, en el cual se ve involucrada la figura de mi inolvidable madre, sin que se interprete que tengo sentimientos de rencor hacia ella, nada más lejos de la realidad.
Doña Chela, una mujer luchadora, positiva y trabajadora, como realmente no creo que existan muchas más.
Es increíble que, transcurridos tantos años de su muerte, siempre se presentan esos momentos en que, por una u otra razón, tengo que recordarla.
Soy su única hija, y si hoy soy poseedora de una alta autoestima, es producto de lo mucho que ella confiaba en mí, y la frecuencia con que siempre me repetía, que yo era la negrita más hermosa e inteligente que existía en el mundo, y que nunca permitiera que me hicieran creer lo contrario.
Pienso que apenas sabía escribir su nombre, y conocía su número de cédula. Estoy casi segura de que, cuando yo le mostraba un texto que debía aprenderme de memoria, para ver si me lo sabía, ella fingía que conocía todas esas letras, pero no era así, lo hacía para estimularme.
Desde muy pequeñita me sentí especialmente atraída por la música y el cine; por difícil que fuera la situación económica, nunca me faltó un pequeño radio, y cada vez que era posible, mi madre me llevaba al cine Ketty, que quedaba muy cerca de nuestra casita.
Nunca olvido que un día, muy mortificada, le comenté que me preocupaba el hecho de no saber pelar plátanos, y ella, colocando ambas manos en su cintura, me preguntó: “¿para qué quieres aprender a pelar plátanos? ¿Estás estudiando para ser una pela plátanos?”
Realmente nunca aprendí, los pelo como Dios me ayuda, pero no ha sido un obstáculo en mi vida, ni algo que me haga sentir acomplejada.
Una de las razones por las cuales la recuerdo, casi a diario, es por la facilidad que tenía para resolver las situaciones difíciles, pasando de las palabras a la acción, sin pensar en las consecuencias. Podía saltar de la calma a la agresividad, con mucha facilidad.
Este razonamiento me permite analizar algunas cosas que vienen a mi mente, y que, sin juzgarla ni guardarle rencor, pudieran explicar las razones por las cuales jamás permitió la presencia de mi padre en mi vida.
Nunca he podido conocer, a pesar de haber indagado, las razones que la indujeron a sacarlo de su vida, prohibiéndole terminantemente que se me acercara, y dado su temperamento, no sé qué le hubiese sucedido si él intentaba lo contrario.
¿Resultado? A pesar de los tantos años que tengo, hay momentos en mi diario vivir en que lo añoro. Solo me han contado que se llamaba Luis Delgado, que era músico, pero no sé qué instrumento tocaba, que vestía muy lindo, que le gustaba bailar, y que era muy decente, y que me parezco mucho a él, sobretodo, en la forma de mi nariz.
Como la genética no se equivoca, aunque mi madre bailaba mucho, siento que, en esa parte artística, la cual tengo bastante desarrollada, están los genes de ese hombre a quien tanto me hubiera gustado conocer, y que me hace pensar, en ocasiones, que es una parte triste de mi vida, aún pendiente de superar.
Ojalá que las madres siempre tengan presente que, emocionalmente, la figura paterna es sumamente importante en el desarrollo emocional de los hijos.
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)