Casi de madrugada, aún en la cama, tranquila, meditando, en un barrio donde el escándalo, generalmente, es el protagonista de todos los días, en silencio total, sin percibir el feo sonido que a diario producen las palomas, comparo las diferencias que hay entre ayer y hoy, en este día de los Santos Reyes.
Muchísimos años atrás, cuando quien escribe era una niña, tan pronto llegaba el día 6 de enero, en todos los sectores populares, se escuchaba un bullicio estridente e indetenible, ocasionado por los pitos y los gritos, que daban todos los niños, felices por recibir los juguetes que “los reyes,” les ponían.
Pienso en esos tiempos, pero me quedo con esta época, donde la tecnología es la dueña del mundo, pues en algunos momentos, ya grandecitos, siento que teníamos o nos poníamos la ropa de idiota.
Esto lo afirmo porque, cómo es posible que los padres vendieran a sus hijos, la idea de que los reyes venían en camellos, y nosotros les guardábamos yerbas para que comieran. En mi caso, siempre me preguntaba: ¿Por dónde entraban, viviendo yo en un patio, al cual se llegaba, luego de atravesar un callejón sumamente estrecho?
Como nunca fui bruta, tan pronto descubrí que eran mentiras, durante algún tiempo, seguí fingiendo ignorancia, para que me siguieran dejando juguetes, y recuerdo que, cuando aún creía que la historia era cierta, en ocasiones, pensaba que ellos discriminaban, al momento de dejar los presentes.
Recuerdo cómo era en el pasado, pero el presente me gusta más, pues, ningún padre se atrevería a decir esas mentiras a los niños de hoy. Fácilmente, buscarían en un celular o en una tablet, y de inmediato, el adulto mentiroso sería totalmente desautorizado.
Viví el pasado, pero me quedo con el presente.
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)