Los gobiernos de izquierda en América Latina que en este siglo ascendieron al poder impulsados por crisis económicas y políticas han sido contagiados por alguna inédita epidemia que los debilita de manera acelerada y provoca el rechazo de los electores o crea condiciones para su desalojo por la fuerza.
Perú, Bolivia, Argentina, Chile, Honduras y Guatemala figuran entre las democracias del continente que han sufrido cambios abruptos a través de elecciones o por la fuerza, con saldo negativo para el movimiento progresista. Venezuela y Nicaragua son casos aparte de una izquierda delirante y abusiva.
Esa especie de ántrax ideológico carcome la epidermis y los huesos de gobiernos de centroizquierda, cuyos diagnósticos medulares han sido la improvisación en toma de decisiones de Estado, corrupción y declive en sus relaciones con la población, como ocurrió con los gobiernos del FMLN, en El Salvador.
Los gobiernos de izquierda y centro izquierda, de Inacio Lula (Brasil), Gustavo Petro (Colombia), Gabriel Boric, (Chile), Xiomara Castro (Honduras) y Bernardo Arévalo, (Guatemala), navegan en mares convulsionados por crisis económicas, políticas, la mayoría de las cuales se tornan insolubles.
Las grandes metrópolis de occidentes promocionan recetarios de gobiernos, como los que emplea Nayib Bukele, en El Salvador o Javier Milei, en Argentina, bajo el criterio de que la flagelación duele menos si se aplica por el lado derecho del cuerpo social.
El continente convulsiona desde el sur del río Bravo hasta la Patagonia, sea por cruenta crisis económica, inequidad social, inestabilidad política o disrupción migratoria, sin que izquierda ni derecha, incluidos sus extremos, presenten fiables alternativas de solución, aunque Chile, Brasil y Colombia exploran nuevos escenarios de convivencia.
Gobierno, clase política, empresariado y trabajadores deberían reflejarse en ese cuadro desolador, sin creerse que República Dominicana es inmune al ántrax político, que se manifiesta con improvisación y autoritarismo desde el Estado, excesiva ambición política, corrupción, colapso institucional y de la economía.
Ya afloran síntomas de ese ántrax político, con el debilitamiento del contrapeso que debe ejercer el Congreso ante el Poder Ejecutivo, debilidad del Orden Judicial y situación difusa del Ministerio Público, según confesión de la procuradora general, agravamiento de la inseguridad ciudadana y ensanchamiento de la brecha económica.
La oposición política, dispersa y dividida, sin discurso contestatario coherente, enferma de grupismo, individualismo y sectarismo, sin conexión con la realidad de hoy, luce inhabilitada, sin voluntad de avanzar. Urge identificar remedio contra ese ántrax.
Por Orión Mejía