Espero que ninguna de las personas que me siguen vayan a interpretar que estoy tomando clases de boxeo, o que los estoy invitando a subir a un ring.
El objetivo es tocar el tema de los conflictos, debido a que, todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos visto envueltos de una forma u otra en alguna situación difícil, en la cual el diálogo se dificulta.
Son situaciones normales en el diario vivir, y al compartir la vida con alguien, es materialmente imposible que estemos pensando y actuando acorde a un mismo patrón.
El problema fundamental radica en el esfuerzo que los humanos tenemos que hacer para ponernos de acuerdo, ya que siempre creemos tener la razón y en el caso de las parejas, en ocasiones, se empiezan a tomar en cuenta gestos y actitudes que siempre han estado presentes, pero que cuando hay un disgusto de por medio, nos comportamos como si la situación fuera nueva.
Para que se entienda esto que acabo de expresar, en mi caso, mi marido, de manera natural, tiende a poner la cara muy seria para hablar, siempre ha sido así, pero cuando tengo la sangre caliente, encuentro que me está poniendo mala cara, y que está en “modo boche”, y aprovecho la ocasión para, como dicen popularmente, “comérmelo ripia´o”.
Lo recomendable, es tener definido con mucha claridad cuál es el tema a discutir, si realmente es importante y, además, evitar traer a colación otros que se quedaron sin resolver, que no tienen nada que ver con el que estamos dilucidando en el momento.
Otro punto a tener en cuenta, es tratar de mantener la calma por encima de todo y no cerrar las puertas al diálogo. Evitar a toda costa que la soberbia sea la protagonista.
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)
*La autora es psicóloga clínica