Mis sentimientos con relación al cine tienen un antes y un después, luego de haberte conocido.
Fuiste considerado por muchos como el más importante crítico de cine de este país. Tanto tu curriculum como tu historia de vida, bastarían para llenar varias páginas, pero solo hablaré del ser humano, sencillo, que, sin darme cuenta, sin poder explicármelo, entró en mi corazón para no salir jamás.
Fuimos compañeros de trabajo en el Ministerio de Turismo.Nos separaba una división construida en madera, (playwood).Siempre te asistía Ramses, una persona alegre, inteligente y divertida, con la cual hice empatía.
Al principio, nuestras relaciones eran distantes, pues, en honor a la verdad, me parecías odioso y me caías mal.
No sé en qué momento me enteré de que tenías un cine club, que funcionaba los sábados en el cine Lumiere. Mi hijo y yo, como amantes del séptimo arte, nos inscribimos en el mismo. A partir de ese momento me hice fan de tu programa del mediodía, llamado, “A la hora señalada”, el cual conducías encompañía de Armando Almánzar.
Bajo ningún concepto dejaba de oírlos, pues siempre hablaban de cine y colocaban temas de películas. Realmente, era un segmento fuera de serie.
Para entrar al cineclub, era necesario tener un carnet, que se recibía al momento de hacerse socio. Lamentablemente, el mío se me perdió, y no me atreví a decírtelo porque me daba vergüenza, lo que implicó que dejara de ir.
No sé cómo te enteraste, me invitaste nueva vez, y en el momento de poner mi nombre, cambiaste mi apellido y escribiste: Epifania Basset, en honor a esa excelente actriz negra, llamada Angela Basset.
Entre tímida y emocionada a la vez, debido a mi gran admiración por esa actriz, te pregunté las razones por las cuales hiciste eso, y, simplemente, me dijiste que yo era una negra hermosa, igual que ella.
A partir de entonces, cuando llamaba a la emisora, siempre reconocías mi voz y me llamabas por el nombre que me pusiste, y es realmente grato y emocionante recordar ese detalle.
Tan pronto me veías, el rostro se te iluminaba, y hasta rompías el protocolo. Tuve el honor de que me presentaras a tu señora madre, a quien le dijiste cosas muy lindas sobre mí.
Hoy hago un mea culpa, porque, realmente, nunca fuiste arrogante, siempre, por lo menos conmigo, tuviste un nivel de sencillez, que, en ocasiones, me intimidaba.
Aprovecho para confesarte que, con tu partida, se afectó en gran manera mi pasión por el buen cine, pues, gracias a ese humilde cartoncito verde, al cual teníamos derecho los socios del club, por una módica suma de dinero, podíamos ver todos los sábados,películas sensacionales, incluyendo estrenos, y luego participar en un excelente cine fórum.
Quiero que sepas, en cualquier lugar donde estés, que, aunque en cuanto cine nada es igual, cada vez que anuncian una película que vale la pena, hago el esfuerzo necesario para verla, y te confieso, que siempre pienso en ti. ¡Nunca en la vida te voy a olvidar!
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)
*La autora es psicóloga clínica