Cada 30 de marzo, la República Dominicana conmemora con orgullo la Batalla de Santiago, un hito en nuestra lucha independentista que consolidó la soberanía nacional en 1844. Aquel día, el pueblo dominicano demostró que la valentía y la determinación pueden vencer cualquier adversidad.
Hoy, 180 años después, la fecha se mantiene viva no solo como un recuerdo del pasado, sino como un recordatorio de que la lucha por la justicia y el orden siguen siendo una tarea permanente.
Sin embargo, esta conmemoración pudiera verse empañada por la realización de una marcha pacífica en el sector llamado Hoyo de Friusa, en Bávaro, anunciada para el próximo 30 de marzo. Esta manifestación, que busca llamar la atención tanto de las autoridades como de toda la nación, sobre una problemática que todos conocemos y que ningún gobierno ha querido enfrentar, refleja el espíritu de resistencia de nuestro pueblo, ese sentimiento patriótico que inspiró a nuestros combatientes en la memorable batalla de Santiago.
Corresponde a las autoridades dominicanas, garantizar el orden y la seguridad de todos, para evitar que esta jornada de legítima expresión ciudadana se convierta en un escenario donde el peligro sea protagonista y lo que debería constituir solo la rememoración de la gesta heroica de Santiago, se convierta en luto y desconsuelo.
Las manifestaciones pacíficas son un derecho fundamental en toda democracia, pero también requieren de un marco de protección que evite posibles disturbios o hechos lamentables. La experiencia nos ha enseñado que la ausencia de control en situaciones de tensión puede derivar en violencia, poniendo en riesgo no solo a los participantes, sino también a los residentes y comerciantes de la zona. Es aquí donde el papel de las autoridades se vuelve crucial.
Resulta imperativo que la Policía Nacional y demás organismos de seguridad asuman su responsabilidad con profesionalismo, evitando tanto la represión desmedida como la indiferencia ante posibles alteraciones del orden.
La historia nos ha demostrado que la falta de previsión en estos escenarios puede traer consecuencias nefastas. No podemos permitir que una jornada de protesta pacífica, del ejercicio de un derecho constitucional, se convierta en un motivo de luto o en una oportunidad para el desorden.
El 30 de marzo de 1844 marcó un antes y un después en nuestra historia, enseñándonos que la defensa de nuestros derechos no se negocia, pero también que la disciplina y la estrategia son esenciales para alcanzar cualquier objetivo.
Hoy, en pleno siglo XXI, debemos honrar ese legado con la misma determinación, pero con la madurez de un Estado que garantiza tanto el derecho a la protesta como la seguridad de todos sus ciudadanos.
Las autoridades aún tienen tiempo para actuar y evitar que una fecha de conmemoración histórica termine empañada por la improvisación y el descontrol. La prevención es la mejor estrategia para evitar lamentaciones. Como país, estamos llamados a recordar nuestra historia, pero también a aprender de ella.
Termino con un pensamiento de nuestro patricio Juan Pablo Duarte:
“Mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán víctimas de sus maquinaciones».
Por Daniel Rodríguez González