Teniendo a lo que ocurre con la delincuencia en Ecuador como parámetro, vemos a la gigantesca mole de sangre y piedra llamada Cárcel de La Victoria como una cama donde duerme con pesadilla el futuro incierto de nuestra nación. República Dominicana es un nido de víboras. El orden sufre de genuflexión, el desorden reza.
Es como ver a un manso cordero sin avizorar al lobo que se esconde entre su lana. Debemos asumir desde ya, que nuestra batería de psicólogos, sociólogos y neurólogos deben aglutinarse para la búsqueda de soluciones del problema del Ecuador dominicano.
Estamos asumiendo como buenos y válidos unos pagarés con futuro incierto de la libertad convertida en libertinaje. Y eso es tan peligroso como verter dinamita al volcán. No menos halagüeña es la noticia del Banco Mundial, con su informe acerca de un período de crisis económica de grandes proporciones a nivel global. El descalabro de las economías es la semilla cuyos frutos son el hambre, la desesperanza, la falta de educación, de salud y la violencia.
La otrora Cárcel de La victoria, hoy llamado Penitenciaria Nacional La Victoria es un antro de perversidades legalmente constituido en la República Dominicana, que cuenta con el aval de una sociedad permisiva con la proliferación de delitos y, al mismo tenor, con las deficiencias en el sistema educativo.
Lo que acontece en Ecuador no es algo fortuito. Es el resultado del desinterés de las clases opulentas de ésa nación, de abrir espacios de concertación de solución a los ingentes problemas que generan violencia, como son la desesperanza, la falta de protección social adecuada, el nivel de subvaluación del sistema educativo y los problemas de índoles económicos.
Caso que guarda especial similitud con la mayoría de los países de América Latina y, por ende, de la República Dominicana, país donde se han realizado grandes reformas del sistema carcelario, pero que no han podido evaluarse positivamente por la falta de estar enfocadas con la realidad de la problemática nacional.
El sistema judicial es un escollo
Una cantidad inmensa de detenidos sin debidos procesos judiciales son uno de los principales escollos que presenta el sistema nacional penitenciario. Los privados de libertad llegan a las cárceles con una alta carga de rencores contra los demás.
El recorrido que realiza un detenido, empieza en un cuartucho oscuro, maloliente, carente de las más mínimas condiciones, donde el periplo es infrahumano.
A ello se une la lentitud de los procesamientos judiciales, la falta de recursos económicos para la contratación de abogado y la poca existencia de Abogados de Oficio y la falta de investigadores criminalistas con capacidad para rendir informes creíbles. Muchos de los procesados no tienen sentencias por falta de pruebas sustentables. Es un caos.
Las estadísticas
El Modelo de Gestión Penitenciaria de República Dominicana manifiesta el siguiente cuadro: (Contando hasta el 31 de diciembre de 2022, ya que las evaluaciones y actualizaciones no han sido verificadas por las autoridades competentes)
25, 700 internos, 10,401 con condenas. 15,310 tenían prisión preventiva impuesta como medidas de coerción. Todos distribuidos en 41 Centros de Corrección y Rehabilitación (CCR) y 3 Centros de de Atención a Privados de Libertad Provisional. La mayoría de los reos que cumplen condena definitiva son analfabetas y otros no poseen calidad educativa personal. El centro penitenciario La Victoria alberga más de ocho mil internos hacinados en cubículos destinados originalmente para una población de tres mil personas.
Esto, ocurre aún con resonancia en un país como República Dominicana, recién invertidos miles de millones de pesos en la modernización del sistema penitenciario.
Y ocurre en Centroamérica y Suramérica con pequeñas excepciones. Ecuador es un espejo limpio, donde se miran Perú, Venezuela, Bolivia, Panamá y otros países con sobradas deficiencias en el manejo de personas con libertad restringidas, a lo que no escapan Najayo, Rafei, la cárcel de Azua e indefectiblemente, La Victoria. Es como un Ecuador durmiendo en República Dominicana. Ojalá no despertemos con malas noticias.
Por Carlos Ricardo Fondeur Moronta
*El autor es periodista, crítico de cine, residente en Santiago de los Caballeros