Confieso que, a juzgar por mi edad, he vivido lo suficiente como para haber sido testigo de varios torneos electorales y he sido testigo de las amargas experiencias vividas por este pueblo, a partir de las vicisitudes generadas por una cultura de engaños, fraudes electorales, intromisión de los cuerpos armados en asuntos
totalmente ajenos a lo que son sus deberes y obligaciones, y lo que es peor, hasta muertos, pertenecientes a parcelas políticas opositoras, entre otras tantas iniquidades, prohijadas por una era oprobiosa de nuestra historia contemporánea, protagonizada por Joaquín Balaguer.
Hemos sido testigos de la profunda decepción sufrida por la mayoría de los dominicanos, al intentar poner punto final, de manera definitiva, a la era de Trujillo, una vez que el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) asumiera el poder por primera vez, después de Bosch, en el año 1978, con la salida del Palacio Nacional, de “Don Elito”.
Confieso, que he vivido lo suficiente como para afirmar, sin temor a equivocarme, que gran parte de lo que ocurre en la República Dominicana en la actualidad, en materia de corrupción, en lo concerniente a la incapacidad de dar respuesta a problemas que son básicos para lograr el desarrollo de cualquier país, como lo es el problema energético, para poner un ejemplo, está estrechamente relacionado con la incapacidad de nuestros políticos, en sentido general, para anteponer los intereses de la nación a los intereses particulares.
Confieso, que he vivido lo suficiente como para atestiguar, sin temor a equívoco de ninguna índole, que las campañas políticas han estado signadas por una especie de proselitismo barato, despiadado, fundamentadas en discursos puramente demagógicos.
confieso, sin embargo, que he vivido lo suficiente como afirmar, también sin temor a equivocarme, que el país tuvo la oportunidad de disfrutar, si es que cabe el calificativo, de una rivalidad (supuesta o real) entre líderes políticos con una gran capacidad intelectual, capaces de realizar propuestas concretas que, a pesar de su carga demagógica, concitaban el apoyo de la ciudadanía.
Confieso, finalmente, que a pesar de haber vivido tantos años, no son suficientes como para asumir y entender la actual campaña electoral, y no me refiero solamente a la falta de propuestas, a la debilidad intelectual de nuestros actuales aspirantes a puestos electivos, o a la insensatez mostrada por aquellos que están llamados a informar a la población con la mayor objetividad posible.
En la actual campaña electoral, en la cual se ha perdido hasta la vergüenza, una contienda en la que se ha sido capaz de hacer uso meramente político, de una situación de “pandemia”, provocada el COVID-19. Que, además, se ha sido capaz de utilizar la crisis sanitaria para enriquecerse, confieso que aún me falta mucho por vivir.
Por Daniel Rodríguez González