En este complicado modo de vida en que nos ha tocado vivir (por accidente o no del destino). En estas tres cuartas partes de isla maravillosa pero descompuesta por sus habitantes e invitados, a esa que orgullosamente llamamos República Dominicana, la misma que hace un tiempo dicen que es la tierra del plátano power, se escenifica una permanente competencia no disimulada entre el odioso, antipático y degenerado coronavirus y los irrespetuosos, acelerados, descerebrados y perniciosos motoristas.
Si nos ponemos a hurgar en las estadísticas surgidas, luego de la aparición para perjuicio de la humanidad del también llamado Covid-19, y realizamos una comparación de las muertes y hospitalización que este ha producido con los mismos efectos que ocasionan los motoristas y su peculiar manera de conducirse en las calles y avenidas del país, obtendremos la cruel realidad de que estos últimos superan en 60 mil cuerpos al no grato virus.
Es posible que pase por exagerado al realizar tan radical planteamiento, estamos basado pura y simplemente en lo que acontece día a día, en el cupo repleto de las salas de ortopedia de clínicas y hospitales, y de la cantidad exagerada de ciudadanos andando con muletas o de medio lado con un yeso puesto en alguna parte del cuerpo, por lo regular en las piernas.
La desventaja que se tiene en la actualidad es que no existe una vacuna que frene o corrija definitivamente el comportamiento desaprensivo de los motoristas, de lo que no existe evidencia de que puedan variar su desatinada forma de usar ese vehículo de motor de dos ruedas al cual muchos, a través de los tiempos, han bautizado como la venganza japonesa.
El también llamado sustituto del burro de carga aporta soluciones, es verdad, pero puesto en una balanza las ventajas y desventajas de este carnicero físico y mental del ser humano, pesan más los perjuicios. Son pocos los lugares que se han escapado del humo y el ruido del motor, así como la actitud “vagabundezca” que en la mayoría de los casos se adopta al conducir el desprestigiado vehículo.
Alguien tuvo la osadía de asegurar que todo el que compra un motor, inmediatamente realiza la transacción, entregan la vergüenza. Y no se puede dudar, porque hemos visto seres humanos serios, respetuosos, de excelente formación y con prendas morales elevadísimas, que cambian de actitud acto seguido se encaraman en esa forma de transporte. No sé si es el ruido, el hedor a gasolina o la arrogancia de sentirse un tolete, pero la verdad es que, por lo menos en este país, el motor es una joroba.
APROBADO…
Por Luis Aníbal Medrano S. (luisanibal.medrano@gmail.com)
*El autor es periodista, municipalista y político.