Sorprende lo rápido de los cambios, en ocasiones drásticos, que suceden en todo el planeta. Vivimos períodos de crisis generalizadas, donde son cuestionados sistemas de gobiernos, cuyo denominador común es la abismal desigualdad social, principalmente entre la clase gobernante y los gobernados.
Sobre todo, en “modelos democráticos” en donde se repiten los mismos delitos de impunidad, corrupción, atropello a los derechos humanos, políticos y sociales, como en un círculo vicioso.
Mucho de estos sistemas no avanzan, debido a que la clase política, que se recicla en sucesivos gobiernos, repite los mismos crímenes y no profundiza en solucionar las problemáticas sociales en las raíces que la generan.
Modelos democráticos que no son reales, sino se toma en cuenta a todos, primordialmente a la oposición o disidencia. Igual no es posible que progrese un sistema democrático con corrupción e impunidad.
No confundamos democracia con la simpleza de poder elegir candidatos a puestos públicos sino existe la misma posibilidad de removerlos cuando no funcionen. La justicia y la equidad deben también ser derechos a ejercer.
Donde no hay una verdadera justicia no puede haber democracia, esta no es compatible con el autoritarismo. Principalmente donde no hay libertad de expresión no hay una verdadera democracia.
Las poblaciones en todo el planeta están exigiendo repartir las riquezas, no más maquillaje, no más corrupción e impunidad. Que sea real, un gobierno del pueblo, para el pueblo y con el pueblo.
Para que haya más educación, más salud, más techos, más producción de alimentos. No seguir perjudicando a muchos para que unos pocos se queden con todo. Como los préstamos y deudas que asumen los gobiernos.
Pocas veces y en menor proporción, se beneficia a las mayorías, pero son estas mayorías más pobres, las que tienen que pagar las deudas públicas y también las privadas.
Con muchas razones, las diferentes Iglesias en el país, especialmente el Episcopado Dominicano de la Iglesia Católica, hace un llamado a los que ostentan cargos públicos, para que centren sus esfuerzos en las necesidades de los que menos tienen o carecen de todo.
Los gobiernos que en lo adelante permitan o promuevan corrupción e impunidad, se exponen a recibir el mismo repudio, con que están siendo desterrados todos esos gobiernos en Latinoamérica y en tantas partes del planeta. Evidentemente que nos encontramos a años luz de una auténtica democracia en nuestro terruño.
Las leyes por si solas no resuelven ningún problema, se necesitan el juicio y las manos que las hagan valer. No más corrupción, no más impunidad, no más injusticias. El presente y futuro es para los regímenes justos e igualitarios. Con dignidad, con equidad, sin explotaciones ni abusos, es lo que exigen los nuevos tiempos…
Por Ebert Gómez Guillermo