Con la mirada perdida en el acre devenir de los tiempos, un simple busto caracteriza una realidad inapelable de lo mucho que estaría sufriendo el héroe político de la patria dominicana, Juan Pablo Duarte, en una realidad si estuviera vivo.
El Duarte del Ateneo Amantes de la Luz, la histórica biblioteca de Santiago de los Caballeros, guarda similitud con casi todas las esculturas de nuestro Padre Patrio.
El pintor Alejandro Bonilla fue quien pintó en una de las paredes del Monumento a los Héroes de la Restauración, a Juan Pablo Duarte con seis dedos, hecho hasta ahora que podría tratarse de la imitación de la costumbre del pintor español Rafael, debido, a decir de historiadores, que quienes venían al mundo con seis dedeos tenían un sexto sentido relacionado con propiedades espirituales.
No menos cierto, fueron mis críticas, ignoradas, de colocar una estatua del patricio en el parque homónimo, con la mirada perdida hacia el cielo, raso e infinito, o hacia una estructura parecida a un retrete que afea el corazón mismo del Centro Histórico de Santiago de los Caballeros.
A Duarte, al menos, debieron colocarlo mirando hacia el Palacio de la Gobernación Provincial o la Catedral Santiago Apóstol, ambos edificios que también guardan recuerdos irreconciliables con la sociedad: En la Catedral se encuentra el sepulcro del tirano Ulises Hilarión Heureaux Lebert y en la Gobernación aún se escuchan los gritos de los torturados en las épocas de Trujillo y los doce años de Balaguer cuando existía allí un cuartel policial.
Creo, que el pobrecito mentor de nuestra nacionalidad está perseguido por el infortunio. Desde su infausto exilio a Venezuela, vendiendo velas para subsistir, hasta la degradación de su figura histórica y sus monumentos.
La principal avenida metropolitana del país lleva el nombre de un político estadounidense, en lugar de nuestro patricio. La avenida John F. Kennedy vendría siendo un tramo de la Autopista Duarte, carretera que también quedó escindida al cambiarse el nombre del tramo de Santiago de los Caballeros a Navarrete por el de Joaquín Balaguer.
Solo faltaría un poco más de tiempo a qué dicha autopista sea declarada en otro tramo como Juan Bosch y, paulatinamente, desaparecerá el nombre de Juan Pablo Duarte como nombre de la vía.
En Barahona, fue denunciado por Leonardo Plata, publicada en el diario El Campesino Digital las condiciones de abandono del busto de Duarte con manchas de aceite quemado en su rostro. En Pedernales, alguien cargó con la escultura en bronce colocada en el parque Duarte, la cual fue reemplazada. En la Plaza de la Bandera, en el Distrito Nacional, Imágenes Dominicanas facciones distintas a las del patricio.
En Pekín, China, fue develado un busto de Juan Pablo Duarte con los ojos “achinados”, según foto y denuncia del presidente del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC), Federico Antún Batlle (Quique).
El Duarte del Ateneo tiene sus características plasmadas en bronce quizás por error, pero más bien parece el fruto de un estudio detallado de sus peripecias aún después de sepultados sus restos. Detenerse a mirar las facciones del Duarte del Ateneo podría resultar en depresión.
Sus facciones reflejan llanto, cansancio, tedio, la obligación de permanecer en un pedestal, con al menos el saber que está siendo vigilado por la intelectualidad que visita el local que guarda nuestros libros y periódicos y se enaltece al verlos asistir a los actos culturales que allí se celebran.
No estamos solicitando que se cambien el rostro del verdadero Duarte. Sólo estoy solicitando que se ponga mayor atención de sus representaciones materiales, para que permanezca incólume la irreversible obra patriótica e intelectual de nuestro Juan Pablo Duarte y Diez.
Por Carlos Ricardo Fondeur Moronta
*El autor es periodista, crítico de cine, residente en Santiago de los Caballeros