Digan lo que digan, es incómodo vivir al lado del infierno, mucho más cuando desde el mentado cielo se brega para que la candela del averno cubra también nuestro vecindario como forma de evitar que las llamas y el hedor alcancen inmaculadas praderas imperiales.
El infierno es Haití, cuyo pueblo sufre envuelto en llamaradas de violencia que atizan las diabólicas bandas armadas, además de sufrir perenne hambre, miseria, marginalidad e insalubridad, sin que arcángeles de grandes metrópolis volteen rostro hacia ese drama.
Lo que se procura desde escalinatas celestiales es que ese escenario de inframundo se replique en casa del vecino, poltrona de una economía de renta media, resiliente, construida, sostenida e impulsada durante más de 40 años, a la inversa de un Haití reducido hoy a un conglomerado anárquico sin volante.
La ONU que ha dicho que no encabezaría fuerza de intervención rápida en Haití, insta a República Dominicana a detener las repatriaciones de indocumentados, que sería como imponer apertura de frontera para que el magma del volcán arrope la isla entera.
Cuenta el diario El País que uno de los jefes de bandas se declaró emperador en una emblemática barriada capitalina donde ordenó construir un castillo y emitió un edicto real que obliga a todas las niñas a entregarle su virginidad. Haití es un infierno.
El rechazo de la orden colonial de instalar aquí una oficina para dirigir a control remoto la Policía Nacional Haitiana, fue camuflada con la de llevarla a Puerto Príncipe, con el presidente Nayib Bukele como preboste, a ver si es posible replicar en Haití el orden dictatorial que aplica en El Salvador.
Estados Unidos y Canadá asolan con sus tridentes el fundillo del gobierno dominicano en procura de obligarlo a aceptar en territorio dominicano eternos refugios de inmigrantes haitianos, a sabiendas que eso sería como abrir sucursales del infierno.
Washington, Ottawa, Paris y Bruselas temen que el averno se entronice en su epidermis a través de constantes migraciones provocadas por miseria, marginalidad y violencia en la tierra de Toussaint Loverture, razón por la cual procuran que se desparrame hacia la patria de Duarte.
Prevalece el temor de que esas metrópolis imperiales y colonialistas aprovechen tiempos electorales para inducir a gobierno y oposición a aceptar aun sea una parte de sus designios, como sería detener en la práctica las deportaciones o promesas de que si llegan al poder involucrarse más en la agenda haitiana.
El liderazgo político y el ala oligárquica del empresariado deberían saber que aquí se puede desatar otro infierno tres veces más caliente que el de Haití, si por apetencia proselitista o ambiciones económicas llegaran a equivocarse.
Por Orión Mejía