De Mao Zedong se habla poco, incluso en China, donde su ideología pasó a un segundo plano cuando el liderazgo actual instaló sobre su filosofía marxista una segunda planta pragmática capitalista que ha convertido a China en la segunda economía del mundo.
Los chinos de hoy lograron conciliar conceptos maoístas sobre gobierno, sociedad y lucha de clase con la prevalencia de los mercados capitalistas y de la dominación de la burguesía o de sectores de la pequeña burguesía, con lo cual lograron consolidación del Estado y expansión de su dominio e influencia.
La primera planta del Estado chino es socialista, pero el segundo nivel cohabita con el modo de producción y de comercio capitalista, aun con sus vicios como monopolio, oligopolio o prácticas desleales de mercados, que ahora definen como competencia global comercial, industrial o tecnológica.
Al releer el libre “El Libro de las Contradicciones”, del presidente Mao, que postula que la existencia como una constante contradicción, y que todo existe a partir de contradicciones opuestas, lo mismo que las personas y los grupos sociales, se llega a la conclusión de que esa debería ser obra de cabecera tanto para el socialismo como para el capitalismo.
Ese libro fue tan influyente en China que casi todos los logros y triunfos fueron atribuidos a sus enseñanzas, desde un trasplante de corazón realizado por un cirujano, hasta el campeonato en ping pong conquistado por un atleta, que al igual que el médico, atribuyeron sus logros a la tesis de “la contradicción de las contradicciones”, del presidente Mao.
En esencia lo que plantea Mao en esa reflexión filosófica es que, como todo en la vida, el capitalismo es internamente contradictorio porque las diferentes clases sociales tienen objetivos colectivos en conflicto, aunque creo que erró al creer que esa ley de los contrarios solo se aplica a la estructura capitalista, porque su contenido también es válido en las sociedades socialistas.
La tesis maoísta parece penetrar en el dogmatismo al señalar que esas contradicciones provenientes de la estructura social capitalista conducen indefectiblemente a un conflicto de clase, crisis económica y, finalmente, a la revolución y el derrocamiento del orden establecido y el advenimiento de la dictadura del proletariado.
El concepto dialéctico de que “nada es permanente y todas las cosas perecen en el tiempo”, basado en la lógica del cambio, evolución y transformación, se aplica a todos los escenarios sociales, incluido países, declarados socialistas, como China, Vietnam y Cuba. Es más, China es hoy una simbiosis de capitalismo y socialismo porque sus dirigentes aplican el “libro de las contradicciones”.
Por Orión Mejía