La reciente afirmación del presidente Luis Abinader sobre su meta de lograr «Hambre Cero» para el año 2028, ha generado un amplio debate y es objeto de críticas en diversos sectores de la sociedad dominicana.
Aunque la intención detrás de esta promesa puede ser bien intencionada, es necesario analizar la viabilidad y las implicaciones de tales declaraciones en el contexto actual del país.
La declaración de Abinader, que busca erradicar el hambre y reducir la pobreza al 15% durante su segundo mandato, se presenta como un objetivo noble. Sin embargo, muchos críticos consideran que estas metas son más un sofisma político, que una estrategia realista.
En un país donde aproximadamente el 5.6% de la población se encuentra subalimentada, según datos de la FAO, y donde la pobreza afecta a una gran parte de la población, es fundamental cuestionar cómo se llevarán a cabo estas promesas y si realmente se cuenta con los recursos y políticas necesarias para alcanzarlas.
El presidente ha mencionado que las estrategias para alcanzar «Hambre Cero» se basarán en replicar políticas anteriores, como la duplicación de ayudas sociales y el aumento de comedores económicos.
Sin embargo, muchos se preguntan si estas medidas son suficientes o si simplemente son un recurso retórico para apaciguar las críticas en un contexto donde las necesidades son urgentes y crecientes cada dia.
La economía dominicana enfrenta desafíos serios. A pesar de los anuncios optimistas sobre el crecimiento económico y la inversión en infraestructura, la realidad para muchos dominicanos es diferente.
Los precios de los alimentos han aumentado, y la inflación ha erosionado el poder adquisitivo de las familias. Esto plantea serias dudas sobre la capacidad del gobierno para implementar políticas efectivas que realmente aborden el hambre y la pobreza.
Además, el hecho de que más del 50% de la fuerza laboral se encuentre en empleos informales o precarios, subraya la fragilidad del mercado laboral. La promesa de garantizar empleo formal para el 80% de los universitarios al graduarse parece desconectada de esta realidad, lo que alimenta aún más el escepticismo entre los ciudadanos.
Las promesas del presidente Abinader, deben ser evaluadas no solo por sus intenciones, sino también por su capacidad para ser cumplidas. La historia reciente está llena de compromisos similares que no han logrado materializarse.
La falta de diálogo efectivo con los sectores más afectados por el hambre y la pobreza es evidente; muchos ciudadanos sienten que sus voces no son escuchadas ni consideradas en las decisiones políticas.
Los murmullos durante su discurso en Nueva York reflejan una frustración palpable entre los dominicanos en el exterior, quienes han visto cómo las promesas se desvanecen sin resultados tangibles. Comentarios como “ofreció y ofreció villas y castillos” evidencian una profunda desconfianza hacia un discurso que no se traduce en acciones concretas.
El discurso del presidente Abinader sobre «Hambre Cero» para 2028 debe ser tomado con cautela. Si bien es fundamental establecer metas ambiciosas para mejorar la calidad de vida en República Dominicana, también es crucial que estas promesas vengan acompañadas de planes concretos y viables.
La confianza del pueblo dominicano se ha visto erosionada por años de promesas incumplidas; por lo tanto, será necesario demostrar a través de acciones efectivas que esta vez las palabras se traducirán en cambios reales.
La lucha contra el hambre y la pobreza no puede ser solo un lema político; debe convertirse en una prioridad nacional respaldada por políticas públicas efectivas y un compromiso genuino hacia los ciudadanos más vulnerables. Sin esto, las aspiraciones del presidente Abinader corren el riesgo de convertirse en otro sofisma más dentro del discurso político dominicano.
Por Luis Ramón López