Quizás la lección más significativa de la Perspectiva bíblica del sufrimiento es la imperativa necesidad de una aceptación saludable del sufrimiento como inevitable.
Según lo que hemos visto en el registro bíblico, para los personajes; el sufrimiento era sencillamente una parte integral de su existencia.
No les gustaba que les cayera encima, desde luego, pero comprendieron que el sufrimiento vendría a sus vidas en un momento u otro. Oraban por ser guardados de los peligros y riesgos, pero oraban más que eso por ser guardados al atravesar esos peligros y riesgos.
David no oró pidiendo que todos y cada uno de sus adversarios y enemigos fueran exterminados; oró que no prosperaran; clamó pidiendo fuerza para hacerles frente, y sabiduría para lidiar con ellos.
David ni siquiera soñó con una vida en donde no habría enemigos en lo absoluto. Sabía que el sufrimiento era parte de la vida en este mundo caído y de vivir entre gentes que no necesariamente obedecían al Dios Todopoderoso.
En ninguna parte de la Biblia podemos hallar siquiera el más remoto indicio o sugerencia de que Jacob consideraba que lo que sufrió a manos de su suegro Labán era una infracción de sus derechos inalienables de estar exento por completo de todo sufrimiento.
Cuando Labán salió a perseguirlo después de que Jacob escapó con todo lo que tenía (Gn. 31), Jacob le refirió todo lo que había sufrido de parte del suegro, pero no hay ningún indicio de que buscara un abogado para demandar a Labán por prácticas laborales injustas.
Los personajes en la Biblia tenían un punto de vista del sufrimiento completamente diferente del que prevalece y es común en nuestra sociedad actual, especialmente en los partidos políticos.
La idea común en esta cultura es que todo dolor y sufrimiento es malo y maligno, y que debemos hacer todo lo posible por evadirlo, evitarlo, o, incluso mejor, eliminarlo por completo.
Sin embargo, esta filosofía de evasión ha producido nada más que unos instrumentos enclenques.
Hombres y mujeres hoy, en lugar de prepararse a sí mismos, y a sus hijos, para el sufrimiento que, inevitablemente, les vendrá encima en un momento u otro, esperan y exigen una vida sin sufrimiento.
Querer suspender las convenciones y sustituirlas por encuestas, no es más que otra etapa del sufrimiento, o que el exterior no participe en la presidencial, sigue de forma concomitante el camino de negarles a aquellos líderes comunitarios sus ideales, sueños, esfuerzos, sacrificios y dedicación que ven sádicamente lacerada y aun así seguir creyendo en sus verdugos y aunque sin fuerza siguen soportando.
Lo triste es que después, cuando la felicidad que piensan que debería venirles no les viene, y el sufrimiento que no esperaban les llega, les cae encima, se derrumban.
No tienen las espaldas o las espinas dorsales necesarias para enfrentar ni la felicidad ni el sufrimiento que les viene en sus vidas.
Esta aceptación del sufrimiento como una parte integral de la vida partidaria o nuestras vidas nos ayudará también a estar juntos a los que sufren.
Esa ha sido nuestra tarea de las últimas décadas.
En lugar de ser buenos imitadores de los amigos de Job, e igualmente equivocados tratando de dar explicaciones cojas, aprenderemos a sentir genuina compasión por el sufriente.
Es ahí donde entran las exigencias. Al ver las bases y su gente en dolor, o cuando experimentas tú mismo el dolor, vadea con gentileza.
No te apresures demasiado a tratar de identificar las razones para el sufrimiento. No ofrezcas perogrulladas tratando de que vuelvan a sonreír.» Vamos y podemos aprender a «hacerle honor» al dolor impidiendo sus intenciones.
He llegado a creer que la principal contribución que podemos hacer es evitar que la gente sufra por las razones erradas.
Podemos «hacer honor» al dolor. En el sentido más importante, todo dolor es dolor; no importa si el dolor resulta de migrañas o laringitis o depresión aguda.
El primer paso para ayudar a una persona que sufre (o para aceptar nuestro propio dolor) es reconocer que ese dolor es válido, o que merece una respuesta de simpatía o de rechazo.
Otra lección práctica permanente en una perspectiva partidaria del sufrimiento, es que en los eventos de sufrimientos y aflicciones, registrados en la dirigencia de base y media, la cuestión principal nunca es el «¿por qué?» Es más, el único «¿por qué?» que brota en medio de algún sufrimiento viene de los labios de su alta dirigencia.
Parte del problema de preguntar el ¿por qué? del sufrimiento es que la pregunta nos lleva al pasado.
Esta mirada a lo que queda detrás puede ser útil en cierto sentido, pero por otro lado puede también hacer más daño que ayudarnos.
Por ejemplo, después de que un avión se estrella, docenas de investigadores acuden a la escena. Recogen todo fragmento que puedan encontrar del avión estrellado. Los estudian. Tratan de determinar qué hizo que la nave cayera.
Después de mucha investigación y análisis prolijo, descubren que, por ejemplo, algún tornillo se aflojó en el motor, y que eso hizo a la larga que el avión se estrellara.
Los fabricantes entonces ordenan que se cambie ese tornillo pequeño en todos los aviones que hay, a fin de evitar otro accidente.
Pero esto es excelente cuando se habla de aviones.
No es lo mismo cuando se habla de seres humanos y del sufrimiento.
Es complicado y difícil determinar las causas del estrellamiento del avión. Es mucho más difícil y complejo tratar de investigar las causas del sufrimiento humano y encontrar una solución a tiempo.
Esto es así, por lo menos en parte, debido a que al revivir la aflicción el sufriente volverá a sufrir. Es, en cierto sentido, volver a abrir las heridas. En algunos casos esto causa más sufrimiento en lugar de aliviarlo.
Por eso los personajes bíblicos nunca se quedaron en el «¿por qué?» Job no preguntó por qué sufría.
Por el contrario, siguiendo su sólida teología le preguntó a Dios en dónde le había fallado para que Él lo castigará con semejante aflicción.
¿Dónde ha fallado la base del PRM?
Para recibir tan humillante castigo.
Job defendió su integridad, y el texto bíblico nos dice que tenía razón en este respecto. No había hecho nada para merecer la aflicción que le vino encima.
Pablo nunca preguntó por qué tenía que sufrir tanto si estaba dedicado a la proclamación del evangelio.
Lo que pedía a los creyentes era que oraran para que él pudiera continuar predicándolo con intrepidez y valentía, incluso en medio de graves sufrimientos y persecuciones.
Hoy más que orar tenemos que luchar para que el sadismo que le provoca sufrimiento a la base desaparezca.
Por Javier Fuentes
*El autor es licenciado en teología y politólogo. Reside en el Bronx Nueva York