La economía dominicana se asemeja hoy a una embarcación de buen calaje que navega por el epicentro de una nueva tormenta que se avizora en cercanía náutica, razón por la cual el capitán y la tripulación deberían asumir todas las precauciones para evitar que la nave, se hunda, encalle o extravíe su bitácora.
La crisis global, derivada de conflictos geopolíticos y disrupción del comercio internacional, se comporta como un ciclón que cobra intensidad de manera sostenida, que aumenta de categoría, aunque a veces aparenta reducir el ímpetu de sus vientos.
Después de dos años de pandemia durante los cuales las emisiones monetarias se expandieron sin control a través de subsidios y adquisición de vacunas, se produjo un periodo de recuperación económica matizada por elevada inflación, causada porque la demanda superó el ritmo de normalización de la oferta.
La guerra entre Rusia y Ucrania paralizó la recuperación de la economía mundial y agravó la espiral inflacionaria, lo que ha colocado a Estados Unidos y zona euro al borde de la recesión, y peor aún, de la estanflación (estancamiento económico con inflación alta).
Los indicios más recientes del riesgo de mal tiempo se reflejan en la revisión a la baja que ha hecho la Comisión Económica para América Latina y el caribe (CEPAL) de su pronóstico de crecimiento económico de América Latina, de un anémico 1,3% del PIB a un esquelético 1,2%. Este ha sido el segundo recorte consecutivo.
Mucho se habla de las expectativas de crecimiento de la economía dominicana para 2023 (en torno al 4.5%), pero debe advertirse que la previsión para la zona del Caribe, sin incluir Guyana, es de un 3.5%, en comparación con un 5,8% registrado en 2022, señal de que se acercan los vientos de huracán.
El Banco Mundial prevé que la economía de Estados Unidos crecerá en 2023 en apenas 0,5%, el desempeño más deficiente desde 1970, en tanto que la de la economía mundial bajó de 3.0% de hace seis meses, a 1.7%.
Todas las condiciones adversas están dadas para que el mundo ingrese en recesión por segunda vez en una década, lo que no ocurre en 80 años.
El cuadro descrito, al que se agrega el desplome de las bolsas de valores y la tensión diplomática y comercial entre China y Estados Unidos, no alcanza para una convulsión de pesimismo, pero si para una adecuada dosis de precaución.
Por Orión Mejía