Por más de ochenta años los pueblos de América Latina luchan decididamente contra toda forma de dictadura, opresión e intolerancia política, en procura de alcanzar una auténtica democracia, garantista de derechos, justicia, equidad, empleo, salud, educación, vivienda y libre acceso a los medios de producción.
Desde 1945, cuando por iniciativa del costarricense José Figueres Ferrer se integró en Guatemala la llamada Legión del Caribe, el liderazgo progresista dominicano ha estado integrado al proceso de lucha por la democracia en el Caribe, Centroamérica y toda la región.
Esa conjunción de exiliados promovió movimientos y expediciones armadas contra tiranías o gobiernos oligárquicos en Costa Rica, Guatemala, Nicaragua y República Dominicana, la mayoría convertidos en martirologios, aunque Pepe Figueres logró acceder al Poder y sembrar cimientos de una democracia imperecedera.
Se conoce la historia de lucha y sufrimiento de los pueblos de Brasil, Bolivia, Venezuela, Colombia, Argentina, Chile, Ecuador, o para decirlo de otra manera: desde el sur del ríio Bravo hasta la Patagonia, asolada por dictaduras civiles y militares o gobiernos despóticos de extrema derecha o izquierda.
Esas dictaduras fueron derrotadas con las armas o con los votos, a excepción de Cuba, que supone una historia distinta, Nicaragua y Venezuela, pero no puede decirse que una auténtica democracia ha podido consolidarse en la región.
Al ascender al Concorvado, en Río de Janeiro, Brasil, de un lado se observa el paraíso turístico de Copacabana y del otro las favelas donde malviven millones de personas en la más abyecta miseria y marginalidad, drama de contraste geo social que puede apreciarse en toda América Latina.
La democracia en el continente se compara con el árbol que crece firme o erguido, pero hueco por dentro, lo que lo hace proclive a ser derribado por cualquier tormenta, o aquellas plantas que solo sobreviven sujetas a una arboleda mayor, sin poder ofrecer frutos aprovechables.
América Latina ha creado anticuerpos que le ha permitido liberarse de regímenes de intolerancia, aunque algunas naciones aun padecen de ese tipo de carcinoma. Persisten aún las causas que provocan ese padecimiento, que hoy se expresa en regímenes extremistas, excluyentes e intolerantes, situación que obedece a que las democracias languidecen por carencia de una vitamina básica que se conoce como justicia social.
Las economías latinoamericanas crecieron por décadas a ritmo impresionante, pero no así la redistribución del ingreso, porque la pobreza de muchos creció en la misma proporción que aumentó la riqueza de pocos, una enfermedad provocada por un germen económico y social conocido como neoliberalismo.
Por Orión Mejía