Vivimos en un mundo lleno de ostentaciones y fantasías, donde tendemos a valorar a los seres humanos por la cantidad de dinero o bienes materiales que posean.
Es muy poco común que los jóvenes muestren admiración o respeto por los ya mayorcitos, que, dicho sea de paso, en su gran mayoría, se han destacado por los conocimientos adquiridos a través de los estudios.
Quizás, por estas reflexiones, llamó tanto mi atención el comportamiento de mi primer nieto, Iván José. Ayer, mientras mi marido y yo estábamos en el proceso de irnos a la cama, recibí una llamada suya, estaba en la puerta acompañado de su novia y me pedía que abriera la puerta, quería mostrarle nuestra casa a su acompañante.
De manera inmediata, y, sobre todo, muy alegres, nos levantamos y dimos la bienvenida a tan hermosa pareja.
Él le mostró cada rincón de nuestra casita, a su chica, como si se tratara de un palacio, ella, por su parte, estaba feliz. Cuando vio muestro patio, se deslumbró.
Me encantó compartir con la pareja, pero donde la emoción no me cupo en el pecho, fue cuando llegó el momento de la despedida, él la detuvo en la sala, le mostró la amplia biblioteca que tiene mi marido, y, con todo el orgullo del mundo, le dijo que su abuelo había leído todos esos libros.
Gracias a Dios que aún quedan jóvenes que admiran la importancia de los estudios y la lectura en los seres humanos.
Ojalá que ese sentimiento sea experimentado por muchos jóvenes. Los conocimientos marcan la diferencia.
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)
*La autora es psicóloga clínica