Desde muy niña, los tatuajes siempre produjeron en mi cierta aversión. En aquellos tiempos, eran usados por los marineros y los piratas, quienes procedían a marcar su piel, con detalles tales como anclas, timón, barcos, caparazón de tortuga, calaveras, etc.
Para muchas personas es una especie de meta, marcar todo su cuerpo, y difícilmente quien se mete en ese mundo, se conforme con tener un solo diseño.
En los últimos días, he estado leyendo mucho sobre el tema, viniendo a mi mente algunas preguntas a las cuales no les encuentro respuestas, pues por los barrios populares, se pueden observar a muchos jóvenes que no trabajan, con sus cuerpos trabajados de tal forma, que mueve a cuestionar el origen del dinero que les permite tales excentricidades.
Mi deseo de escribir tuvo su origen, en tratar de entender si esta preferencia es una adicción, debido a que se puede observar que para algunos es como un impulso incontrolable, más fuerte que el dolor recibido en el proceso.
Llamó mi atención que leí que cuando las personas se están tatuando, el cerebro produce una segregación de endorfinas, las cuales son sustancias que al producirse en nuestro cerebro generan un efecto de placer, atracción sexual y bienestar parecido al de una droga, lo cual incita los seres humanos a repetir la experiencia una y otra vez.
En todo el proceso se ve involucrado el término estigmatofilia, el cual puede definirse como la atracción sexual hacia las personas con tatuajes, piercings, marcas de la piel, cicatrices o heridas, pero, es bueno tener claro, que tatuarse, realmente no es una adicción, ya que dicha práctica no provoca el deseo de repetir la acción a diario.
Realmente las personas que se dedican al ejercicio de esta profesión son verdaderos artistas.
Como los que me conocen, saben que resido en un barrio popular, observando el éxito que esta práctica está teniendo en muchos jóvenes, hice una especie de investigación, con la intención de tener una idea del costo de los tatuajes.
El resultado fue que depende del lugar donde se realice el trabajo, y del tamaño del mismo. El precio de uno pequeñito puede oscilar entre $1,000.00 y $2,000.00, pero cuando quise caerme muerta, fue cuando un jovencito de muy escasos recursos y actualmente sin empleo, me mostró su pecho, el cual parecía una revista, y con toda la naturalidad del mundo, me mostró uno que le costó $15,000.00… ¡SIN COMENTARIOS!
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)
*La autora es psicóloga clínica