En esta época donde la crianza de una significativa parte de la población infantil está revestida de un exceso de libertad inducida por una serie de argumentos patológicos derivados de la prisa con que se vive, la presión social y hasta por la irresponsabilidad de los que crían, viene tomando fuerza avasalladora la proliferación a la inclinación sexual antinatural.
Este es un tema, tal vez, un poco complejo de tratar, porque se supone que tenemos que adaptarnos a los nuevos tiempos, a respetar la identificación personal, íntima, psicológica o psíquica que una persona tiene respecto al género al cual pertenece, sin confundir esto último con la orientación sexual, ni mucho menos con la identidad sexual.
Lo que preocupa es la incidencia de un buen número de factores en el aumento vertiginoso de la homosexualidad y el lesbianismo, lo que hace que por más inmutable que seamos, no llene de asombro y preocupación. Ambas denominaciones humanas han existidos desde siempre, pero con ciertos límites sociales.
En el seno de familias disfuncionales, o en hogares donde por múltiples razones sólo existe uno de los padres, abuelo o un tutor en la labor de crianza, suele ocurrir la aparición de un niño homosexual o niña lesbiana. Eso obedece a una despreocupación voluntaria o involuntaria del padre, madre o tutor para darle seguimiento oportuno al comportamiento del niño o niña en su definición sexual.
Cine, televisión, radio y redes sociales, son también promotores esenciales de este fenómeno social, donde la industria del cine, las grandes cadenas de televisión y radio y todas las redes sociales (sin exclusión), por captar ese creciente público, por evitar conflictos con los movimiento nacionales e internacionales que asocian y “luchan” por las libertades de sus miembros, aúpan, promociona, alientan y hasta incitan a la homosexualidad y al lesbianismo presentándolo como algo natural, deformando y confundiendo el pensamiento de niños, niñas y adolescentes que, bajo el influjo de la inocencia, la rebeldía de la adolescencia o el ímpetu desbocado de una juventud desorientada, llevándolo a asumir comportamientos que lo comprometen y asimilan muchas veces para toda la vida.
Algo que si no está contemplado, debería de estarlo, es la participación criminal, abusiva en el sonsacamiento irreverente a niños, niñas y adolescentes por parte de degenerados, no por su condición en sí, si no por las astucias, engaños y aprovechamientos de condiciones diversas para satisfacer sus apetencias sexuales antinatural y con esto iniciarlos en un ambiente no tradicional del que la mayoría de veces no suelen escapar porque los maliciosos analizan necesidades afectivas y económicas para arrastrarlos a su “mundo”
Es decir, que se dan una serie de condiciones como: irresponsabilidad paternal, vagancia en crianza, malos ejemplos en su entorno familiar, avaricia y hasta la cosquillita que genera el sabor de lo prohibido, para que lo que está ocurriendo sea motivo de preocupación, sin que con estos planteamiento intentemos atentar contra la libertad individual, pero si apelar a lo moral y ético que representa lo antinatural.
De todo modo, que la gente actúe por su libre albedrío, pero sin dejar de reconocer que “los jóvenes de hoy se auto identifican como LGBTQ durante la escuela secundaria, como promedio, lo cual es más temprano que en generaciones pasadas y que para la mayoría de las personas la orientación sexual -dado que se trata fundamentalmente de relaciones románticas y sexuales- tiende a desarrollarse en la adolescencia. El género, por otra parte, se desarrolla en la infancia”.
También podemos citar que “los padres tienen una oportunidad poderosa y única para apoyar el sano desarrollo de la identidad de sus hijos y poner en contexto las experiencias de estos con sus compañeros y el mundo exterior”.
Este contenido no es represalia a lo que cada quien quiere ser, jamás, porque incluso tengo amigos, amigas y conocidos de larga data, que por la razón que fuera adoptaron esa personalidad en su vida, siempre lo he respetado porque ese es su gusto y yo no lo voy a impedir, pero si quiero dar una voz de alerta a padres, madres, abuelas y abuelos consentidores, tutores, entre otras denominaciones de criadores de niños, niñas y adolescentes sobre los efectos de la modernidad perversa en ese orden.
Por Luis Aníbal Medrano S.
*El autor es periodista, municipalista y político.