En la República Dominicana, los últimos 30 años han sido una sucesión de gobiernos que, en mayor o menor medida, han practicado el arte de la evasión cuando se trata de asumir responsabilidad por las inconductas de sus funcionarios.
Danilo Medina, Leonel Fernández y ahora Luis Abinader, han gobernado en períodos distintos, pero, con una característica en común: cuando algún escándalo de corrupción administrativa estalla, la respuesta oficial suele ser la misma de Pilatos.
En el caso del expresidente Leonel Fernández, que gobernó con la retórica del desarrollo y la modernización, su administración estuvo marcada por escándalos de corrupción que nunca llegaron a mayores consecuencias para los señalados como responsables.
Justo es reconocer que, durante sus mandatos, se produjeron cambios significativos para el país, pero no es menos cierto que la impunidad fue protagonista de varios escenarios de denuncias de corrupción, y las grandes obras que relucieron en sus gobiernos, estuvieron salpicadas por denuncias de sobrevaluaciones y manejos turbios que hasta hoy quedan sin respuestas claras.
Luego llegó Danilo Medina, con su promesa de un gobierno cercano a la gente, sin embargo, su gestión quedó manchada por el caso Odebrecht, el escándalo de las plantas de Punta Catalina y una estructura de corrupción institucionalizada que, a pesar de los discursos, siguió operando a toda máquina.
Cuando las denuncias se hicieron insostenibles, la estrategia fue el silencio o la negación. El mismo Danilo Medina que, siendo candidato, prometió actuar con firmeza contra la corrupción, movido tan solo por el simple rumor público.
Luis Abinader, bajo la sombrilla del Partido Revolucionario Moderno (PRM), asumió la presidencia el 16 de agosto del 2020, con la bandera del cambio y la lucha contra la corrupción, además de la tan cacareada transparencia, pero a pesar de faltar a su promesa, fue reelecto para el periodo 2024-2028.
Sin embargo, en su gobierno, los casos de nepotismo, escándalos en instituciones públicas y la falta de consecuencias reales para ciertos funcionarios, generan dudas sobre la verdadera voluntad de transformar el sistema. La narrativa del “yo no sabía” o del “eso viene de atrás” sigue siendo un recurso recurrente.
Si un presidente no es capaz de asumir la responsabilidad de lo que hacen sus colaboradores, ¿para qué quiere gobernar? La rendición de cuentas no puede ser un discurso vacío ni una estrategia política para momentos de crisis.
Gobernar implica responder por los errores de la administración y tomar medidas reales para corregirlos. La historia reciente nos ha demostrado que, en República Dominicana, ese tipo de responsabilidad sigue siendo una asignatura pendiente.
Ninguna nación avanza si sus líderes no tienen la valentía de enfrentar la verdad y actuar en consecuencia. No basta con promesas y discursos bien elaborados; lo que se necesita es voluntad política para romper el ciclo de impunidad que nos tiene atrapados. Y eso, hasta ahora, ningún presidente ha estado en disposición de hacerlo.
Por Daniel Rodríguez González