En una hermosa casita de un país lejano, vivían dos hermanitos que, debido a que el espacio en que vivían era muy pequeño, se veían obligados a compartir la misma cama.
Se amaban infinitamente y se acostumbraron a arroparse con la misma colcha. Las cosas empezaron a complicarse, debido a que, de manera inconsciente, cuando ambos estaban profundamente dormidos, casi siempre terminaba uno enredado en la colcha y el otro, totalmente desarropado, lo cual generaba que todos los días discutieran y empezaran a echarse la culpa.
Un día se enfrascaron en una discusión tan fuerte, que de casualidad no llegaron a los puños, pues, la rabia del momento les impedía analizar que ninguno de los dos tenía la intención de adueñarse de la colcha.
Lleno de ira, el hermano mayor decidió que, aunque compartieran la misma cama, a partir de ese momento cada uno se arroparía con una colcha diferente. El otro hermanito, con mucha rabia, le dijo que esa decisión era la peor que había tomado en su vida.
Mientras todo parecía apuntar a que se iba a mantener la discordia, sucedió todo lo contrario: Ambos se embollaron en sus respectivas colchas, durmieron la noche entera sin ningún problema, inclusive, hasta sus cuerpos amanecieron pegaditos como siempre.
Durante algunas noches durmieron más cómodos, pero por orgullo, ninguno se atrevía a admitirlo, hasta que el más pequeño, abrazado a su hermano, le dijo con amor, que esa era la mejor decisión que habían tomado.
Moraleja: No siempre debemos permanecer incómodos, por negarnos a salir de algo que por costumbre, siempre hemos hecho. El cambio puede ser la mejor solución.
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)
*La autora es psicóloga clínica