Una de mis características como ser humano, siempre ha sido criticar la envidia, pero todo se oye muy bonito cuando la notamos en los demás, ya que lamentablemente, nos creemos perfectos.
Durante unos días participé en una actividad relacionada con la profesión que ejerzo.
Mi condición económica actual, me impedía aceptar la oferta para formar parte del grupo, pero como si fuera un premio de la vida, como mantenía cierto contacto con la persona organizadora, ya que siempre le solicitaba que me recomendara libros, cuyos enlaces él me enviaba, y yo procedía a descargar, imprimir, encuadernar y leer, procedió a incluirme en el mismo, de manera gratuita.
Ya se imaginarán la emoción tan grande que sentí, y como los que me siguen, saben que soy llorona, ya saben el resto.
La jornada duró cinco semanas excelentes y transformadoras, pero el último día sentí algo, que de la única forma que puede ser definido es como un ataque de envidia.
Una de las participantes, interrumpió varias veces, para comentar los efectos de la gran lluvia que había caído en su país.
Trataba de adaptar su emoción al tema que se estaba debatiendo. En una de sus intervenciones, de una forma muy natural, afirmó que debido a la lluvia, no había podido ir a las clases de Yoga, pero luego, como si fuera una chiquilla, agregó que aprovechó para bañarse en el aguacero.
Mi primera reacción fue pensar: ¡gran cosa!, pero luego me dije a mí misma, que realmente yo estaba envidiosa por las actividades que para ella, una persona encantadora, eran normales, debido a su condición económica, que se apreciaba bastante holgada.
Como siempre comento las cosas con mi marido, él estuvo de acuerdo con lo que le expresé que había sentido, y agregó que además, yo no me puedo bañar debajo de la lluvia… No le busquemos más adornos, dejé que la envidia me dominara.
Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)
*La autora es psicóloga clínica