Reza un viejo adagio español que “los bienes son para remediar los males”. Casualmente, en el más oscuro momento de la pandemia los dominicanos fuimos testigos de la validez y actualidad de ese viejo adagio, al presenciar, regocijados, como la Barrick Gold decidió darle un espaldarazo financiero al gobierno dominicano, luego del súbito desplome que experimentaron las recaudaciones públicas como consecuencia de la parálisis económica provocada en todo el mundo por el coronavirus.
La mina de oro de Pueblo Viejo, y su eficiente explotación por parte de la Barrick Gold, se erigió, pues, en ese momento aciago de nuestra historia reciente, en el bien dorado que iba a remediar nuestros males (así sea momentáneamente) sin que nadie lo sospechara.
A raíz de la experiencia que nos legó el Covid y el oro explotado por la Barrick me parece que ha llegado el momento de que los dominicanos empecemos a ver en los recursos mineros que el mismísimo Dios depositó bajo el suelo de Quisqueya, ese bien con el que siempre podemos contar para remediar o mitigar, en parte, los males que nos aquejan como país en vía de desarrollo.
Pienso en el desempleo de La Vega y pueblos vecinos y me llegan a la mente los metales que puso Dios, para nosotros, en Loma Miranda y sus alrededores. Qué irracional me resulta la férrea oposición de un minúsculo grupo de dominicanos a que esos metales sean explotados, y nos sirvan de aliciente ante la adversidad.
He visto los cálculos y he quedado sorprendido: una explotación racional de Loma Miranda, aparejada de una exitosa negociación económica entre el Estado y Falcondo, puede incluso, nada más y nada menos, proporcionar los mismos fondos que pretende gestionar el Estado con una odiosa reforma fiscal, que afectaría el bolsillo de todos los dominicanos, para siempre.
Hagámosle caso a la sabiduría de los adagios y usemos nuestros bienes, en este caso los mineros, para mitigar nuestros males, sobre todo porque los estándares actuales de la minería responsable permiten que esa apuesta sea ganar-ganar: nos beneficiaremos de los metales sin afectar gravemente el medio ambiente ¿Qué más de ahí puede pedirse?
Por Braulio Méndez de la Cuesta
*El autor es ingeniero