Cuando hablamos de agua o escuchamos el nombre de Inapa, de inmediato nos llega a la memoria el mensaje de aquella emisora dominicana que a cada momento decía: “El Agua es vida, no la desperdicie” y es por ello que decimos que no hay oro ni petróleo que valgan si al mundo le fallare este recurso.
Por eso valoro el gran esfuerzo que está haciendo el Inapa (Instituto Nacional de Aguas Potables y Alcantarillados), con su director ejecutivo, Wellington Arnaud, a la cabeza, quien en procura de implementar un Plan Nacional de Rescate de todas las instalaciones acuíferas, recorre región por región y provincia por provincia, con el ruedo de los pantalones arriba y las mangas de la camisa arremangadas, junto a su equipo técnico, contactando acueducto por acueducto para mejorar los inútiles y, de paso, anunciando la construcción de otros nuevos.
Ahora el Inapa está en la mira de los medios informativos y todo por la labor desplegada por su equipo técnico y por el trabajo desarrollado por profesionales de la comunicación, los que día y noche dan seguimiento y cobertura a las acciones de la institución.
La garantía de todo este esfuerzo es que cada hogar dominicano sea abastecido de agua potable y de muy buena calidad, ello de cara a que las familias mejoren sus condiciones materiales de existencia.
El joven gerente desde que tomó las riendas del Inapa no ha calentado su despacho, porque cuando no está en una reunión con los representantes provinciales de la institución de cada provincia, es metido entre hierbas y arbustos del monte, inspeccionando la toma de agua y las diferentes instalaciones con la finalidad de que el preciado líquido llegue a las casas con toda la pureza y libre de contaminación.
Entidades internacionales, como la Organización Mundial de la Salud, afirma que más de 500 mil personas mueren por diarrea cada año, producida por la contaminación de las aguas, las que además provocan deshidratación y generan ulteriores complicaciones.
La escasez de agua puede afectar a la agricultura, la ganadería y la industria y, por lo tanto, producen falta de alimentos y hambre.
Por Nélsido Herasme