Las promesas de los viejos de ayer

Cuando yo era pequeña, obvio que hace muchísimos años, era  algo común que cuando un niño se enfermaba de algo que generara gran preocupación a sus padres, estos le ofrecían  al santo de su devoción una “promesa”, a cambio de que  le  devolviera su salud.

En mi caso, la situación era sumamente dramática, debido a que fui la única hija de mi madre, y siempre tenía una salud tan precaria, que mi segundo hogar, era el hospital  Robert Reid Cabral, que en esos tiempos  se llamaba “Clínica Infantil Angelita”, a quien el pueblo le llamaba “La Angelita”.

Asustada por  lo tanto que me enfermaba, y porque un día me atacó una hemorragia por la nariz, que le hizo pensar que me iba a morir, se le ocurrió la genial idea de ponerme dos  promesas.

Acto seguido, le juró al “Gran poder de Dios”, santo de su devoción, que si  su adorada hija, o sea yo, recuperaba su salud, ella me iba a vestir, de manera consecutiva, durante un año de unas telas feísimas que se llamaban “Macario y Alistao”, la primera era una tela blanca, donde se empacaba harina, y la otra, no me acuerdo su procedencia, pero usarlas era un castigo peor que la enfermedad.

Bajo amenazas tuve que ponerme la primera; en mi interior maldije todos  los días a ese bendito santo. Todo un año vestida de Macario, y sin atreverme a contradecir, porque tal vez no lo estuviera contando.

Luego de cumplir mi primera condena, la doña cogió pausa, y pasado cierto tiempo, solo hablaba de la segunda, ya que encontró que yo me estaba sanando. En mi interior yo me preguntaba que entonces para que servían las malditas medicinas. Esto era con el temor  de que pudiera leer mi pensamiento.

Le conté mi situación a la tía Matilde, dramaticé lo más que pude, y parece que Dios oyó mis peticiones, o ella le comentaría algo en mi favor.

Sucedió que un día, cuando la doña se acordó, volvió a tocar el tema, y yo, corriendo el riesgo de que me tumbaran los dientes, y observando que la tía estaba cerca, me puse de malcriada y dije que yo no me iba a poner eso. Gracias a Dios parece que ya la habían aconsejado.

Cuando sucedió todo eso, ya yo era una adolescente, y desde ese tiempo hasta ahora me pregunto: ¿Por qué en vez de hacer las promesas torturándome con ese atuendo, no fue ella la que se puso esas ropas dando gracias a Dios?.

Por Epifania de la Cruz (epifaniadelacruz@ gmail.com / www.renacerparatodos.net)
*La autora es psicóloga clínica

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